miércoles, 13 de abril de 2016

Día 4.

Obsesión



No quiero tener obsesiones, la consigna dice que tengo que elegir una de las que inevitablemente tengo y proponerla para un museo de obsesiones. Estoy segura de que si algo me obsesiona, a lo mejor está relacionado con eso, con no mostrar los vicios secretos que me asaltan mil veces en la vida de forma imperceptible, y que incorporo como rasgos pequeños de una personalidad que a veces desconozco. ¿Qué son las obsesiones?, alguien me lo puede explicar clarito y aun así voy a negar que mi manía por encontrar momentos de soledad es una obsesión recurrente, cotidiana, estable en mi organismo como la mismísima necesidad de dormir.
Estar sola, necesitar estar sola, no puede ser una obsesión. Pero la masa deforme de ésta ciudad me conecta de forma recurrente con la necesidad de aislarme, de abrir la puerta y comenzar a correr bien lejos, tan lejos que pueda perderme en un pueblo fantasma sobre una isla remota, y antes de que alguien me vea, pensarme un nombre nuevo, una edad posible de ser mentida, un pasado imaginario que nadie logre refutarme.
Me obsesionan todas la cicatrices que tengo por adentro y por afuera, las imágenes en color pastel que me encanta de las películas de los años cincuenta. Me obsesionan esos rostros perfectos de las actrices que eligió Hitchcock, los héroes invisibles que a veces se terminan matando o muriendo injustamente, las cosas que por algún rasgo personal nunca me van a salir del todo bien. Me obsesiona la horrible alianza entre el tiempo y la rutina, me desespera que se me escape la vida en la telaraña de un sistema tonto que todos sabemos que no funciona pero que por cansancio nos da igual. Me obsesiona pensar que mis maremotos emocionales no van a terminar nunca y quizá me cueste más de lo que pensaba convertirme en esa vieja tranquila que vea sus últimos días desde una costa oceánica en un paraíso ignoto.
Me obsesiona no creer en nada, después de haber creído en todo. Y si algo es realmente parte de mis fijaciones profundas, es el dialogo esquizoide que sostienen las dos partes de mi yo, esas dos mujeres exageradas, que desequilibran a la que quiere volar con la que obliga atarse a la realidad de los otros.
¿Obsesiones?, ¿yo?, por el amor de Dios, yo no tengo obsesiones, ni siquiera puedo entender ese concepto. Pido disculpas, no puedo cumplir con la consigna.


Me propuse ejercitar durante 30 días las consignas que Aniko Villalba propone en #30díasdeescribirme.

jueves, 7 de abril de 2016

Día 3.

1.       Este es el último día que me siento en ésta, que fue mi silla durante más de dos años o más, no me acuerdo cuando fue que nos mudamos. La privacidad de mi sitio en la plantilla de escritorios dejará de ser mi guarida, así que no tendré más opción que sentirme desnuda en el lugar que ocuparé a partir de mañana.
2.       Por la ventana puedo ver los árboles de pino, el territorio privado con los portones abiertos, un tractor que deja la huella de barro en algo que comienza a parecerse a una calle de tierra, los autos estacionados en el enorme predio frente al edificio, la lejanía afortunadamente del centro, a lo lejos los edificios de Puerto Madero.
3.       Pienso en cerrar mi Facebook cada dos o tres pensamiento. Tomo nota que últimamente necesito renovar mis imágenes de influencia. Algo del otoño me está produciendo un acorazamiento más brutal y sé que voy a extrañar los mates que me sostuvieron el ánimo desde que GA se sienta a pocos pasos de mi escritorio.
4.       Voy a llevarme mi taza amarilla y todos los papeles inútiles que tengo en los cajones, quizá no tire nada. A lo mejor abandono las cosas que no me sirven en pleno pasillo al baño o a un costado de los ascensores.
5.       Las blancas nubes sobre el cielo celeste de éste día sin lluvia, me parecen imponentes, si miro con detenimiento el cielo me acuerdo que estoy en la pielcita de la tierra, como un microbio que tipea palabras en una pequeña plaquetita de plástico a la que llamamos teclado, pero en definitiva, no puedo ostentar mayor relevancia en este mundo, que ser un organismo vivo. Las nubes me hacen acordar que nada tiene tanta relevancia si se trata de pensar en lo efímera que es mi vitalidad.
6.       Nunca me vi sentada en esta silla, en este sitio escondido al que solo llegan aquellos dispuestos a pedir lugar a mis compañeros más próximos. Las sillas de ellos y la disposición de los escritorios siempre fueron una carrera de obstáculos.
7.       Los vidrios del pasillo están llenos de fotocopias pegadas. Todas son consignas que gritan “no a los despidos”, sin embargo acá las malas noticias son parte de la cotidianidad sórdida en la que vivimos con una sonrisa falsa dibujada en el rostro.
8.       Alguien le puso candado a los muebles.
9.       A mi espalda hay un cuadro que un grupo de jóvenes de diferentes barrios hicieron durante sus capacitaciones para el trabajo. La imagen construida con pequeños retazos de azulejos, representa la idea de justicia equitativa. Esos jóvenes ya no tienen trabajo.

10.   Por todos lados hay retazos de un pasado cercano, el presente es muy diferente en todos los sentidos, pero algunos dibujitos sobre nosotros mismos continúan pegados con cinta en los monitores que hasta hoy habitamos. 

Me propuse ejercitar durante 30 días las consignas que Aniko Villalba propone en #30díasdeescribirme. 

miércoles, 6 de abril de 2016

Día 2.

 
Plaza 9 de Julio. Resistencia, Chaco. Frente al Colegio Normal Sarmiento.
Siempre nos encontrábamos en la Plaza 9 de Julio o en la 12 de octubre y muy rara vez en la 25 de mayo.
Todo comenzó para mí la mañana en que vi de lejos a FD, con los rulos hasta los hombros, los pantalones Oxford vistiéndole las largas piernas y la remera blanca que obligatoriamente llevábamos como parte del uniforme escolar, y sí, me enamoré.
A LS ya lo conocía de antes, no solo porque vivía a la vuelta de mi casa, era amigo de mi hermano menor y varias veces lo había cruzado fugazmente en el patio de mi casa, sino porque me acordaba bien del verano que se batió a un duelo de ajedrez con mi madre, y ganó él. Mi hermano menor no lo podía creer y LS brincaba victorioso cada vez que nos acordábamos de esa anécdota.
En esa época me habían elegido delegada de mi curso y como siempre, me anotaba en cuanta cosa me hiciera salir del aula: actos, obras de teatro, baile y en este caso la asamblea de estudiantes. Mucho después entendí que era el Centro de Estudiantes del que ahora FD era presidente o la unión de dos listas, como ocurrió a causa de la idea que tuvo LS para ganar definitivamente esas elecciones.
No me acuerdo como fue, pero me sume a ese grupo que escuchaba Sui Géneris, leía a Galeano, se emocionaba con el Che y empezaba a sospechar que el peronismo reflejaba ese espíritu patriota del que nosotros queríamos ser parte.
Durante ese invierno FD consiguió la llave del Colegio, cerrado por vacaciones. Habíamos comprado pintura para pizarrones y la directora, una mujer conservadora que años después comenzó a detestarnos, accedió a la propuesta. Durante el día, varios de los pibes del Centro de Estudiantes vinieron a pintar en cada aula, y cuando ya habíamos terminado la jornada, quedamos solos FD, LS y yo sentados en el Charly, el Kiosco en la esquina del Normal. A LS se le ocurrió volver a entrar, seguir pintando, dejar frases en las paredes, en definitiva, conquistar la escuela de noche. FD y yo nos reíamos como siempre del loco LS, y finalmente lo seguimos.
Ya era de noche y el enorme pórtico por el que ingresábamos estaba en el ala trasera del Colegio. La gigante puerta de madera giró como un portal en el castillo de las gárgolas y los tres entramos sigilosos para que ningún transeúnte nos vea.
Absoluta oscuridad en el pasillo y solo el reflejo de los grandes pilares de la galería, dibujados en el suelo por el contraste de los rayos lunares. LS avanzó haciendo ruido, riendo, hablando fuerte y yo seguí a FD que se reía de los chistes de LS.
Era igual que siempre, pero completamente a oscuras, las enormes aulas, los baños de cada piso, las galerías principales y las laterales, la sala de maestros, la dirección, la sala de música, el laboratorio, y la Biblioteca, absolutamente en silencio y a oscuras.
_Vamos a la Biblioteca_ dijo FD y ambos comenzaron a subir la escalera para llegar por la galería del primer piso.
_ ¿pero no íbamos a seguir pintando?_.
_ no petisa, después pintamos otro día_ respondió LS _vamos a ver que encontramos, la escuela es toda para nosotros_.
El piso del patio brillaba como si la luna fuese un foco y antes de girar el picaporte de la Biblioteca, vimos que entre los árboles iban y venían decenas de murciélagos.
Las bisagras chillaron por falta de aceite y entramos despacio.
_¿Dónde estará la luz?_ dijo FD y yo a tientas le agarre la mano porque me dio miedo tanta negrura.
_ Acá_ dijo LS_ pero, no, no enciende, ¿se habrá quemado el foco?_.
_ Cortaron la luz otra vez_ supuse.
_ ¿Qué es eso?_ pregunto FD, y los tres vimos que al fondo del salón, detrás de los estantes llenos de libros escolares, había un destello de luz roja, como si un enorme led estuviera prendido para casos de corte de luz o algo así.
_ Vamonos!_ me apuré.
_ Pará! No pasa nada!_ me frenó LS.
FD me abrazó y caminamos muy cerca los tres hasta dar la vuelta el mostrador y llegar a la luz roja.
Vimos de espaldas a un hombre enano, con la piel brillando como un foco de semáforo, absolutamente absorto en los libros que apilaba en la mesa y que apenas se veían por el reflejo del sujeto. Los tres nos quedamos inmóviles, yo le apreté muy fuerte el brazo a LS y me agarre muy fuerte de los dedos de FD y el sujeto giró sobre su eje.
_ ¿Qué hacen acá?, ¡no son horas de biblioteca para ustedes!, ¿cómo entraron?, ¿qué pasa?, ¿les comieron la legua las estatuas de la galería?_ y dio un grito que parecía carcajada.
Empezamos a caminar para atrás a tientas, nos chocamos con varias cosas, LS iba adelante y FD se cercioraba que yo los estuviera siguiendo y todo ocurrió en unos segundos, solo corrimos, nadie grito, cerramos la puerta de forma violenta y el enano no nos siguió, pero nosotros seguimos corriendo.
La luz de la luna bajó un poco más y como un reflector de cine dio forma a las estatuas religiosas que había en cada columna de la galería, de pronto todas esas vírgenes o lo que sea que representaran caminaban por los pasillos como zombis y nosotros las esquivábamos como un auto de carreras.
Cuando llegamos a la escalera, más figuras estaban subiendo así que LS gritó “al techo”. Doblo la galería central del primer piso y se trepó de un ventanal en la galería lateral, a pocos pasos del laboratorio.
Alguien o algo golpeó la puerta por adentro del laboratorio y de la sala de música empezó a brotar la música de un piano.
El techo era de tejas, LS comenzó a caminar sigilosamente y lo mismo hicimos FD y yo que miramos como la luna hacía brillar cada pieza cilíndrica, permitiéndonos saber cuáles estaban rotas y no convenía pisar. A mí me iba a explotar el corazón, pero igual los seguí al final.
_ No nos siguen_ dijo FD _vamos más despacio, podemos caernos si no miramos bien.
Los tres frenamos agitados. Nos sentamos aterrados sobre las tejas.
_ ¿Qué hacemos?_ dijo LS.
_ Yo no me pienso mover de acá_ dije con voz chillona.
_ ¿Qué carajo son esos?_ preguntó FD.
_ Esperemos un rato_ ordenó LS.
Absolutamente en silencio los tres contemplamos el vuelo circular de los murciélagos, la perfecta imagen lunar en el piso del patio y escuchamos por un largo rato el relinche de las cadenas de las hamacas en la placita con arena para niños que hay en un sector de la Plaza 9 de Julio.
_ ¿a ésta hora se hamacan los niños?_ dije como un susurro.

_ shhh_ me mandó callar LS _ ¿A ésta hora entran a la escuela los pibes?. 

Me propuse ejercitar durante 30 días las consignas que Aniko Villalba propone en #30díasdeescribirme. 
Ejercicios de escritura de Aniko Villalba

martes, 5 de abril de 2016

Día 1.

Día 1.



Escribo como una forma de grito estomacal, como un secreto que me cuento a mí misma para ser leído en el futuro, escribo porque siempre fue mi manera tonta de creer que iba a convertirme algún día en una gran novelista, escribo siempre sin esperanza de ser leída y eso hace que me dé cuenta cuanto me gusta escribir, porque realmente no me importa tener más que una sola lectora: yo.
 Soy sumamente solitaria, miedosa de los otros seres humanos, soy una persona sumamente crispada por lo que me ocurre alrededor, porque si fuese por mi arreglaría todo, aunque nunca se bien qué tipo de arreglo puede tener este mundo y entonces ante tanta frustración de heroína que tampoco seré, escribo. Escribo igual que ese grito histérico que le escuche a la niña que soy, anoche cuando trate de meditar, después de no lograr levantarme del colchón en el suelo donde duermo estos días, y agarrar el diario que estoy escribiendo a veces en ésta nueva etapa. Estoy escribiendo un diario íntimo igual que en tantos otros momentos de mi vida por eso mismo que te decía antes, porque no encuentro una mejor manera de llorar sin dañarme la piel de víbora que me cree después de tanta psoriasis, de tanto verano e invierno.
Cuando empiezo a tejer con las letras me suele ocurrir, que de pronto me siento estúpida, o siento que estoy gastando caracteres en algo sin sentido, sin forma, sin arte, sin interés para nadie, y ahí me incluyo a mí misma, sin interés para mí en el futuro. No quiero saber lo mal que escribía a esta edad, no quiero saber las pocas cosas que llegaban a mí de un momento a otro sin poder frenar este estallido interno sin forma que no termina en ciencia ficción, ni surrealismo, ni expresionismo, pornografía o arte figurativo, esto que termina siendo nada más que el parloteo tonto de mi cerebro. Y ésta auto censura, esta mirada fastidiosa sobre “la gran algo” en lo que debería transformarme en el futuro, me corta la inspiración, me empuja para atrás y veo el precipicio, y a mí que me encanta el fatalismo, me entrego a esa situación sórdida que aparece cuando soy yo misma quien se desprecia en la escritura presurosa que es la que más libera.
Escribo porque quiero contar el mundo que veo, ese sin fin de detalles como pixeles que confinados conforman las fotos que no puedo sacar con la cámara, pero sí puedo describir con los dedos en la lapicera o en el teclado.
Ah! Y cómo me gustaba de niña sentarme en esa vieja máquina de escribir y sentirme parte de una tripulación al borde de una gran tragedia al estilo Titanic y entonces escribir cada sensación de semejante aventura.
Escribir es para mí una manera de constatar que sigo viva, que todavía no enloquecí o que felizmente ya vivo dentro de mi locura, es la mejor manera de crear las realidades que nadie podría jamás obsequiarme para mi cumpleaños, es la exagerada manera de ser exagerada sin que nadie pueda, por ningún motivo interrumpirme para decirme “hey Maga, tranquila, frena la moto, es todo más simple, es todo así o asá, no tenes que ser tan complicada, no tenes que, no tenes que, no tenes que”. Y la verdad es que ahora me doy cuenta de por qué escribo. Solo ahora mismo y en estas últimas líneas…
Cuando era niña no lograba llorar sin que me digan que estaba llorando por “una pavada”. El llanto se me pudría en la garganta y ahí me colapsaba todo. Sin embargo, más de una vez me contenía el llanto igual que uno se contiene las ganas de hacer pis hasta llegar al inodoro, y con las lágrimas atoradas en el lagrimal llegaba al lomo de mi perro Rocky, un perro de la calle que era cruza con doberman y que por varios años tubo casi mi tamaño físico. Y con él sí, abrazándole el lomo podía llorar sin reproches, sin consejos inútiles, sin juicios, sin ninguna palabra. La paciencia de mi perro, su aceptación amorosa, es la que siempre encuentro en el papel. Pero no en cualquier papel, sino en esos papeles secretos que me escribo hace años para conocerme, para hablar antes de reprimirme la palabra.

Escribir es el lomo de mi perro Rocky, es los lengüetazos de mi perra Catalina el día que murió mi abuela y a mí no me salía ni una expresión. Escribir no es una terapia simplemente para mí, sino efectivamente es el único puente que me conecta con éste y los otros mundos. ¿Estoy loca?. Sí claro, y esa es la mejor manera de escribir. 


Me propuse ejercitar durante 30 días las consignas que Aniko Villalba propone en #30díasdeescribirme. 

viernes, 1 de abril de 2016

Milagros Sala en los ojos de Sebastián Miquel

Viajó hasta Jujuy para disparar sobre Milagros Sala y su obra. Se alquiló un departamento a una cuadra de la sede de la Organización Social Tupac Amaru, se predispuso a recorrer cada pueblo y deshizo su cuerpo para que solo exista el ojo espectador.  “Abia Yala, hijos de la tierra”, es el nombre de la muestra en blanco y negro que resultó de aquella expedición, un documental fotográfico sobre un pueblo brillando desde su origen.

Sebastián Miquel

Sebastián Miquel estudió un año de Derecho, después se cambió a la carrera de Ciencias Políticas, trabaja como profesor de Historia y de Filosofía Política en las Universidades de Buenos Aires y la Matanza, y brilla cuando desenfunda la cámara de fotos. Nació en Villa Mercedes, San Luis, en 1975 y hace varios años vive en Capital Federal. Viajó bastante y desde que era niño, disfruta del ruido que hace la cámara cuando recorta un instante del presente.  
Conciencia sobre lo político, compromiso con la memoria, intuición artística, se conjugan cuando Miquel trabaja para dejar testimonio. “Yo tuve un contacto con el mundo de las ideas, pero ese mundo de las ideas nunca se asemejaba o emparejaba con el mundo real, con la praxis política, y por eso a ese mundo de las ideas le costaba mucho explicar quién era el Che Guevara o quien era José de San Martin. Una cosa es un plan de liberación, las necesidades fácticas de que un país se libere y otra cosa es quiénes liberan a esos países, porqué los liberan, qué sentimientos hay en juego, qué pasado tienen”, dice.

¿Se puede explicar quién es Milagros Sala?

“Ya la conocía a Milagros”, dice que fue en Buenos Aires un tiempo atrás, “y diferentes personas me habían contado lo que hacía la Tupac, lo fantástico que era que eso suceda en Argentina, y más en Jujuy, una provincia que Menem la había caratulado de ‘provincia inviable’, con uno de los índices más altos de desocupación, hambruna, desnutrición, con elementos muy fuertes de pobreza”, cuenta Sebastián con su forma pausada, “y que eso suceda en una provincia que se estaba levantando me parecía un dato interesante. Además con un contenido indigenista muy grande, donde se percibía una dignidad indígena renovada, algo similar a lo que pasaba en Bolivia con Evo, se respiraba eso, una manera de organización que estaba ligada a un matriarcado, que tiene que ver con la cultura Coya”.
Existen los telescopios para mirar el universo, existen los microscopios para observar las partículas más diminutas, y existen las cámaras de fotos para contar la historia desde diferentes ópticas. “Llegué a la Tupac a partir de un fuerte ataque que le hace la prensa dominante argentina y dos o tres senadores y diputados opositores. Me pareció que eran acusaciones sumamente injustas y alocadas, decían que eran parte de grupos terroristas, guerrilleros, parte del narcotráfico, etc, etc. Pensé que un aporte que podía hacer era ir, documentar eso fotográficamente y ahí fui, simplemente”.


Para el fotógrafo que vistió su estudio con imágenes latinoamericanas, una wiphala que sobresale de la biblioteca y varios cuadros con retratos en blanco y negro, resulta natural que su camino lo lleve a contradecir el discurso hegemónico desde el pulso de su ojo contestatario. “Me pareció que podía hacer algo, estas son cosas que a uno lo exceden, son cosas muy grandes, muy amplias, pero los esfuerzos militantes son así, son pequeñas cosas que uno va sumando”. Sebastián dice que la cercanía con ese pueblo “no es algo complicado, o en este caso no fue algo complicado, ellos también percibieron naturalmente que iba con buena voluntad”, y agrega que “son personas muy bellas, obviamente de trabajo, de orígenes extremadamente humildes, con mucho sentido del humor, con mucha alegría en el hacer. Estaban pudiendo levantar barrios y colegios para su propia gente, para ellos, y eso genera un orgullo muy especial”.
Su técnica fue aprender sin juzgar, participar sin irrumpir, “simplemente fui muy abierto a mirar y a empaparme de lo que estaba ocurriendo, salió naturalmente, no hay un método para eso, y lo hice con mucho respeto, sin pretender movilizarlos, no hay fotos armadas, ni poses, pero claramente desde la propia subjetividad”.
Un fotógrafo es hijo de su época
Tres disparos lo llevaron al hospital durante la movilización que exigió la renuncia del Presidente que se escapó como una rata con alas en el 2001. “Sentí muchísima furia, yo había trabajado, pensado, escrito, y de alguna manera militado para que el neoliberalismo se vaya del país. Ese día me parecía que había que estar en la calle para que ese modelo que había traído tanto dolor al país, que tenía tanto que ver con lo que yo no quiero ser, y no espero de la sociedad, termine”, rememora Miquel, “uno ahí estaba pensando en ser parte de algo mucho más grande, era una sociedad diciéndole a un gobierno que se vaya”. Por momentos tirando piedras, luego sacando fotos, participó de aquel agujero ciego creado a partir de la perversa teoría del derrame.
En el brazo se tatuó un pañuelo, clásico logo de la lucha sostenida por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo hace cuarenta años. “Un fotógrafo, un periodista, o un escritor, también es hijo de su época, y esa época fue la que a muchos nos puso en algún lugar de compromiso, inevitablemente”.

Su gato se llama Néstor

“En estos 12 años me pasó lo que quizá le pasó a muchísimos. Una fuerza política y una parte importante de la sociedad, eligió hacer otra cosa y esa otra cosa que eligió hacer, mucho tenía que ver con las ideas que había pregonado desde los veinte años. La idea de un país más autónomo, más soberano, con un montón de defectos, problemas, y con un montón de desafíos pendientes… Pero poder decirle a Bush “NO”, y operar con políticos de la región y Chávez, Lula, y todo lo que fue ocurriendo durante los años del kirchnerismo”, acentúa Miquel, “y sobre todo los enemigos del kirchnerismo, hicieron que yo después a mi gato le ponga Néstor. Creo que me define más como ser político los enemigos que los amigos. Y los enemigos del kirchnerismo son históricamente mis enemigos”.
La histérica historia Argentina dio un nuevo giro. Los derechos se derrumban como un castillo de naipes, Milagros Salas es apresada de forma impune por reclamar ante las autoridades locales de su provincia, el nuevo modelo económico ensombrece la vida de los más humildes.  
“Nunca grité el ‘que se vayan todos’, como ahora no grito ‘vamos a volver’, pero quizá por una comprensión de lo político de que es mucho más complejo que eso. El ‘vamos a volver’ hoy lo critico porque me parece que hay una nueva realidad y no hay que volver, hay que proponer otra cosa, nueva, superadora, hay que ir por más, no volver”, reflexiona Sebastián, quien cotidianamente está alerta de los nuevos sucesos políticos.

Mirar la vida no es tarea fácil para los seres imperfectos y limitados que somos los seres humanos. Por eso cuando un fotógrafo salta por encima de la imagen frívola, cuando enfrenta los temores que impone el sistema desigual en el que nos toca desarrollarnos, algo se transforma. Los ojos profundos de cada uno de sus retratados, el alma que viaja en cada imagen, devuelven algo de dignidad a esos ignotos que los grandes medios sepultan en sus crónicas. Sebastián Miquel mira al niño que fue y le dice “bien pibe, lograste no traicionarte, lograste seguir siendo fiel a tu mirada”.