Mi
Tierra Natal gritó, lastimada de violencia. Los pájaros aullaron a la siesta,
el sol me quemó el rostro, el fuego del temascal me transportó a la infancia.
“Los
niños merecemos vivir en el mundo de los niños”, dicen los niños mientras saltan
en las aguas del río Paraná. Cargo el termolar de hielo y camino en el desierto
del pasado. “Ahora soy una mujer”, digo “ya no soy una niña”. Naufrago.
Río Paraná |
Naufrago
en esos horizontes de la violencia, y hasta ejerzo el lenguaje de la violencia
para acentuar mi grito de paz, o de ¡basta!.
Creo,
con todo mi corazón, que las personas siempre podemos seguir aprendiendo. Me
desperezo y respiro, me animo a cambiar las formas para sostener el fondo, me
doy lugar para el juego, la aventura y la libertad. Me animo a ser, más allá de
todas las miradas, inclusive la propia.
Me
hermano, a mis hermanos. Me protejo el corazón, rugiendo como una bestia. Me
doy cuenta cuando me siento mareada, me respeto el momento de duelo, me lamo
una por una las heridas, me pido perdón por abandonarme a veces, me acompaño,
aprendo a conocerme.
Mi
Tierra Natal gritó, y tuvimos que tomarnos de las manos y hacer un círculo
sagrado, invocar a la sabiduría del perdón, a la paciencia del que aprende a aceptar
el error, a la oportunidad de obrar diferente para que el puente comience a
crecer nuevamente.
Las
grietas hay que cerrarlas con afecto, igual que como se cierra cualquier
herida. Si estamos vivos, estamos a tiempo de cuestionarnos nuestras verdades y
dar lugar al crecimiento. Invoco a cada uno de mis aprendizajes, antes de
enfrentarme al mismo escenario.
¿Hay
lugar para el amor?. En éstos tiempos violentos, ¿podemos salir a recorrer
otros mundos?. Las barras de la jaula se caen al suelo, cuando aprendemos de la
diferencia, cuando nos respetamos el derecho de elegir como vivir. Sin tener
temor de ser expulsados por el simple hecho de ser diferentes.
Con
cinco años mire el mundo alguna de esas tardes, me acuerdo bien porque me fascinaba
saber que tenía tantos años como dedos en una mano. Y como si se tratara de una
cinta vieja, quizá de película del 50’, veo mis dedos en primer plano, y el
paneo hacia arriba me muestra de fondo la plaza 25 de Mayo y en un plano
mediano a un niño, trepado de una escultura, metiéndose un bollo de papel en la
boca. Ese niño, del hambre que tenía, estaba comiendo papel. Me acuerdo
siempre.
Cuando
un ser humano se está formando, cuando está creciendo, cuando está formando su carácter,
necesita principalmente amor, igual que las personas ancianas, en el ocaso de
la vida.
Mi
simple teoría es que la energía del amor, es la única que puede crecer y
desarrollarse, barriendo con todos los actos de violencia. ¿Será esta una
reflexión familiar?, ¿será política?, ¿será cultural, o social, o psicológica,
o…?.
En la noche de Chaqueño y Contemporáneo |
Cada
uno pensará desde una óptica diferente. Quiero aprender sobre la óptica del
amor, espero que por esa escalera, sigamos subiendo todos.
Buenas
noches, gracias por dejarme compartir con vos, algunos paisajes internos, un
espacio que me regalo para la reflexión introspectiva.
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