martes, 23 de febrero de 2016

El Dios Dinero (vómito existencialista)



El dinero me limita.

¿El dinero me limita?

Si, el dinero me cierra innumerables posibilidades, porque aún detrás de las cosas más sagradas asoma la sombría máscara teatral del dinero.

¿Soy todo a lo que pude acceder en función de mi presupuesto económico?, ¿pude haber llegado a lugares diferentes si mis bolsillos hubieran sido inaugurados con otros fondos?, si un día mi capital llegara a ser tan miserable como para tener negadas las monedas que me permitan alimentarme, ¿debería dejarme violar por inmundos hombres del infierno?.

Sí, soy todo a lo que pude acceder en función de mi dinero, efectivamente podría haber llegado a otros lugares con un presupuesto diferente, y sin lugar a dudas estaría en condiciones de dejarme ultrajar por bestias, si mi dinero no consigue alimentarme.

¿Por qué no?, ¿por qué no aceptar de una buena vez el peso absurdo que tiene la moneda de cambio por encima de la vida humana?, ¿por qué no decir abiertamente que le concedimos todos nuestros poderes a la basura rectangular que llaman billete?

Podría llegar hasta lo más sórdido de ésta verdad y tirar a la basura mi santuario pagano y dar el lugar de divinidad del dinero. Podría rezarle de rodillas para que perdone el pecado de ser pobre, podría invertir mis energías en máquinas que trituren los insoportables indigentes, podría tatuarme en la frente el signo dólar para que nadie desconfíe de mi lealtad al capital.

Podría escribir una novela alucinante, donde pueda explicar a partir de un argumento mediocre sobre el amor, porque el dinero siempre triunfa sobre el afecto. Me imagino creando imágenes fabulosas en la cabeza del lector, que de manera voraz se exíte cuando le describa a las adolescentes inflándose las tetas como globos porque tienen plata para pagarlas, o cuando diga que las trabas del barrio más humilde sirvieron para el tiro al blanco de un par de jóvenes bien, del barrio bien, donde viven “personas” que sí se preocuparon por tener dinero.

Me encanta la idea de ver a todo el mundo corriendo como zombis en una ciudad oscura de smog, disfruto de los árboles atados al asfalto estirando la vida dentro del pequeño cerco de ladrillos en la vereda. Me deleita pensar a todos esos niños sacudidos a ser adultos desde el año, para que la violencia sobre el cuerpo y sobre el alma, funcione de sacrificio sagrado al dinero.

Los más débiles deberán morir por desnutrición, por un tiro en la cien o cagados a trompadas en una comisaría de barrio. Seguramente para que la divina misericordia del dinero sea moneda de todos los días, será imprescindible que las fuerzas de “seguridad” desarrollen todo su talento humano, comprendiendo claro, que el humano es una maquina repugnante, siempre inferior al dinero.

Si hay algo que me gusta verdaderamente en toda esta historia, es la imperturbable indiferencia de los que se encuentran cercanos a la pobreza pero consumen vacaciones en Miami, perdón, o aspiran a consumir vacaciones en Miami. Gracias a la ceguera de esos, es posible sostener el sistema maravilloso que nos brindó el dinero.

Es cierto que a nadie le gusta ser la mujer que acaba con un coágulo en el cerebro después de ser usada por un cliente, o el niño que ve morir de hambre a sus padres y hermanos mientras arrastran un carro lleno de cartones. ¿Pero qué más da no?, a alguien le tiene que tocar esa parte amarga de la vida, y por supuesto, mejor si no le toca a uno.

Últimamente me siento sumamente esperanzada, ya que en estos juegos imaginarios sobre el poder del dinero, puedo traer a la fantasía una maravillosa inspiración por parte de la realidad. Es notable la posibilidad que tenemos por delante para darnos cuenta y rendirnos ante el incalculable poder del dinero.

Y para no extenderme más en esta desprolija oda, voy a brindarle el lugar más importante al último aspecto, al más evidente y menos evidenciado: todos, absolutamente todos, somos profundamente inferiores al dinero. Cualquiera de nosotros podría ser tragado y expulsado por los intestinos de éste sistema, dado que el dinero es tan poderoso y está manejado abiertamente por la oscuridad, que cualquiera puede caer en ese limbo.

Entonces desde ahí, desde el giro despiadado de la locura, sintiendo en el lomo los garrotazos de la policía, vivenciando entre las piernas el mugriento genital masculino, saboreando la putrefacta basura, podemos sincerar el efervescente culto al dinero.
Pero si en algún momento dudamos del poder que tiene el capital económico, no hará falta la fe, porque con solo recorrer las calles de Buenos Aires, se podrá comprobar su existencia.
Amén al dinero, un Dios veneno disfrazado de placer.


Maga Benasulin 23 de febrero 2016

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