viernes, 29 de enero de 2016

Nación Ekeko de visita en su Resistencia Natal

Cada vez que escucho a Diego, percibo la posibilidad ser un artesano de la música. Él juega con los elementos, desde 2006 se sumerge en las comunidades originarias que encuentra en su andar. En ese encuentro dialoga en el plano de la comunicación musical. Diego hace pocos meses cumplió diez años en el proyecto TONOLEC, la dupla que completa Charo Bogarín, y hace menos de un año lanzó su proyecto solista conocido como “Nación Ekeko”.

Nación Ekeko es de esas cosas difíciles de describir, porque llevan la multiplicidad de cristales que danzan adentro del caleidoscopio. Así, igual que hundirse en la jungla sin miedo, es vivir la experiencia Nación Ekeko. La magia de las formas y los climas, la danza en sintonía maravillosa con los canticos indígenas, que se mezclan con las voces chamánicas que Diego reunió en las siete canciones, que tiene el primer disco llamado “La Danza”.

Cuando cruzas la puerta que te sumerge en otra dimensión, comprendes porque los creadores de éste fantástico experimento, Diego Pérez y su productor Mariano Tomassetti, dicen que es la búsqueda de la “vivencia”, del contacto imprescindible con el “presente”.

“Alrededor del 2007, se me ocurrió armar algo que tenga electrónica y percusión, y que este alineada con la música que se puede danzar, con el ritmo, con lo afro y con lo latinoamericano, como parte de esa inquietud que tuve me puse a componer y salió un tema que es parte ahora del Disco de Nación Ekeko, que se llama “Guarania”, dice Diego, “un día hablando con uno de los percusionistas de la Bomba del Tiempo, me cuenta que se estaba planificando una movida en Grecia, de llevar músicos de Brasil y de Argentina para hacer un show integral. Me propuso que mandemos algo de lo que yo estaba armando, así que nos juntamos un día en un galpón y nos pusimos a improvisar con esta canción, con “Guarania”, y lo mandaron a Grecia y lo quisieron, lo compraron, y fuimos a tocar a Grecia y a Turquía”, así comenzó a tener forma el proyecto.

La música como ritual.

La exploración del hijo del altiplano, comenzó cuando él todavía vivía en su Resistencia natal, en su gran Chaco. “Estoy vinculado a las comunidades desde el año 2001, cuando empezamos a trabajar con TONOLEC, con los QOM primero, una búsqueda que tuvo que ver con nuestro lugar”, cuenta “cuando empecé a trabajar con la música Toba sentí una fuerza, una energía, una espiritualidad que tiene esa música, desconocida para mí hasta el momento”. Diego venía del Rock y en el contacto con los cantos de las comunidades, comprendió que debía conocerlos, compartir, explorar, comprender. “Comencé a investigar sobre la música de rituales, y empecé a ir a rituales para escuchar la música, sin saber que eso me iba a terminar transformando a mi como persona”.

Las canciones son recitados que cruzan Latinoamérica desde la Pampa Argentina al encuentro de Atahualpa, Méjico y la poesía zapatista del árbol de la vida, pasando por el chaco salteño, amazonas y la isla de los Uros en Perú y Bolivia. “En un momento se me abrió una especie de tercer oído”, dice “Yo escuche una melodía en la voz hablada, escuché esa musicalidad, es como que te escuche a vos hablar y diga “ha mira, está hablando pero yo escucho una melodía o un canto ahí”.

“En la isla de los Uros, busque deliberadamente el recitado de la Ureñita. Yo le preguntaba a todo el mundo si conocía algún recitado en Quechua o Castellano, hasta que ahí en la isla de los Uros, después de quince días de estar viajando, una señora dijo “ella sabe un recitado” y ahí empezó: “yo soy una ureñita, que vive dentro de los totorales” y lo grave ahí con el teléfono”.

En Chaco buscó a su amigo Lecko Zamora, un maestro Wichi, poeta y luchador de los derechos de los pueblos originarios. “A Lecko lo empecé a leer en libros porque escribe unas cosas increíbles. Un día lo conocí, charlamos, nos pasamos los contactos, hubo muy buena onda, y le dije, “me gustaría que me leas tus textos y grabarlos a ver que sale, yo puedo hacer música con eso”. Nos juntamos después en un cuartito en la Casa de las Culturas ahí en Resistencia, el trajo unas cosas escritas y yo llevé mi teléfono para grabarlo. El empezó a leer cosas y se cortó la luz en el lugar, estaba todo oscuro. Entonces Lecko apuntando con su teléfono a la hoja para poder leer y yo con la batería que le quedaba al teléfono, grabamos los audios y con eso arme Tokwaj, que es parte de Nación Ekeko”, relata.

“Para mí es muy importante cuando utilizo una voz, una referencia, un sonido. La música que compongo tiene que partir de ahí, no tiene que ser algo impuesto como “bueno, la gente tiene que bailar”, yo quiero que esté el espíritu de esa persona, de ese personaje, y de ese paisaje que representa ese personaje. En este caso para mi Lecko representa el Chaco Salteño, nuestra cultura wichí. Yo quería que en esa canción se sienta ese espíritu, sin una rigurosidad antropológica que dice “bueno los wichí usan tal instrumento”, sino una sensación de que esa es la canción de ese personaje, y que representa a un paisaje, una cultura, una Nación”.

“Lo que me pasó cuando empecé a juntar estas voces me di cuenta que hablaban estas voces desde su pluralidad y desde su paisaje, tenían también muchos puntos en común, estaban hablando de su cultura, de la tierra, de la relación comunitaria, de algo con un fuerte contenido espiritual, entonces me pareció que había un mensaje común y por eso empecé a pensar en la palabra “Nación”, porque había una unidad, como una gran Nación, estaba tal vez desmembrada pero que seguía existiendo en su esencia más profunda. Y que “el árbol de la vida” era el resumen de toda esa historia común que tienen los pueblos originarios de Latinoamérica, y que es nuestra herencia, porque nuestra historia es también la de nuestros pueblos originarios que viven acá y que siguen viviendo hasta el presente. Todo eso es lo que nos hace particulares y con una identidad propia”.

Así nació la canción “El árbol de la vida”

“El árbol de la vida” es una canción que surgió a partir de una poesía, cuando ya tenía varios temas armados y empecé a pensar en algo que conjugue voces, ritmos, electrónica, paisajes, lo que terminó siendo Ekeko. Empecé a hablar con amigos que tenían cierto registro de cosas y así me llegó el recitado de Atahualpa y el recitado de un nene de Chiapas, que es con el que armé la canción “el árbol de la vida”, explica.

“Me pegó muchísimo porque es una poesía que dice cosas durísimas y las dice un niño, y me gustó mucho que termina después de atravesar cosas oscuras, con algo muy luminoso y con una esperanza que nace de haber pasado toda esa oscuridad”.

“Y cuando lo terminé sentí que era el tema que tenía que cerrar el disco, porque me parece que de alguna manera resume todo lo que viene pasando antes. Este disco fue para mí un viaje físico pero también espiritual, porque si bien esas cosas me llegaron a mí, yo tuve que transportarme con esa voz a otro lado para poder crear, y también viajé desde la imaginación y desde lo espiritual”.



Sobre la fusión de lo ancestral y lo tecnológico.

“Hay muchos límites que creemos que existen y me voy dando cuenta que no están. Entre un sonido de un charango y algo que yo puedo generar electrónicamente pueden haber muchas cosas en común. Las cosas que para los ancestros eran importantes hace 200 años, hoy siguen siendo vigentes y contemporáneas, y lo contemporáneo puede tranquilamente alinearse con un mensaje ancestral. Los límites no existen, tampoco existen los límites de las fronteras. Vos escuchas música de una región de Brasil que linda con Paraguay y con Argentina y no existe ni Paraguay, ni Argentina, ni Brasil, es una región. Para mi integrar esa sabiduría ancestral, con elementos contemporáneos, percusión con electrónica, tambores con las linternas mágicas que toco con las manos en el aire. Lo me divierte es pensar que las cosas se pueden integrar y se pueden borrar las fronteras”. Y agrega “muchas cosas que llamaban mundo moderno fracasaron, y muchas cosas de lo que llamaban mundo primitivo, siguen siendo más vigentes y más necesarias que nunca”.

El Ekeko es el viajero.

“Después me puse a investigar más la figura del Ekeko, y apareció esta historia de que el Ekeko era un personaje que traía luz y que ayudaba a los pueblos y que cuando llegan los colonizadores lo atrapan, lo matan y lo descuartizan, para que no se vuelva a formar el Ekeko. La cultura Aymara dice que cuando sus partes se vuelvan a unir va a renacer el pueblo Aymara. Y me pareció increíble, porque era lo que yo sentía sobre las voces que estaban en diferentes lugares, desmembradas. Nuestra fuerza está en el contacto, en comunicarnos, en saber lo que le está pasando al otro, y en lo comunitario, que eso fue lo desmembrado. Entonces claro!, esto es más actual que nunca”.


“A partir de las ceremonias pude notar que hay una cotidianidad de la celebración, que por ahí en el mundo occidental lo perdimos, que es una celebración espiritual, no una celebración de “me junto y me emborracho”. En el mundo occidentalizado estamos acostumbrados a ver que los logros en lo material, entonces vos tenes que “hacer” para conseguir y una vez que tenes un logro podes festejar, o no, o tal vez no festejas porque crees que necesitas algo más. Lo que veo en el mundo de los pueblos originarios, en la relación con la música y la celebración, es que hay un agradecimiento constante al entorno, a lo que nos es dado por la tierra. En la celebración hay una conexión con el agradecimiento al estar vivo, al estar con los seres queridos, al sentir amor por la tierra y eso para mí empezó a ser una necesidad de lo cotidiano, casi de todos los días”.

Diego tocará hoy sábado 30 de enero en su Resistencia Natal en la Casa de la Cultura, frente a la Plaza 25 de mayo, desde las 22 hs. En compañía de Cesar Frette, correntino, Esteban Peón, resistenciano, y Lecko Zamora, del Chaco Salteño, creador de la poesía plasmada en la canción Tokwaj.

jueves, 21 de enero de 2016

Caleidoscopio en la vereda (paisaje interno #1)

Ya no temo ser mujer, ni me da pudor tener la rudeza de un hombre, tampoco me afligen mis posibilidades de abanico en verano, ni mi pulso fino de pianista clásico que agarra la cámara para espiarte el alma.
Estoy mirandome las tripas con un espejo en el baño, porque sé que todavía no lograron instalarme cámaras de seguridad en el cerebro. Estoy caminando por el techo del colegio secundario, vistiendo mi primera bandera de amor político.
Perdí algunos pétalos en el camino y me crecieron las espinas porque el amor dolió, o porque no dolió lo suficiente, ¿cómo saberlo no?, qué carajo sé en definitiva, sobre el amor.
Odie la idea de odiar, yo tampoco sirvo para eso, es fácil aveces aislarse de todos los mundos ajenos, es imposible huir de la propia piel. Qué me importa estar en un film, si la lupa registradora nació aderida a mis ojos, si estoy escribiendo un diario muy íntimo desde los tres años, si esa vez que traté salvar el mundo, el mundo me dijo que no quería ser salvado, si las canciones de siempre siguen siendo siempre las canciones de siempre, si la primera vez, nunca fue “tan” la primera vez, si siempre estoy buscando primeras veces, si en el fondo, todo lo que quiero es unirme al verano del litoral y fosilizarme como un árbol viejo que vivió lejos de la injusta humanidad.
Voy a escucharte un rato más, mientras cantas mal mi canción favorita, vas a dejarte torturar por mis laberintos existenciales que tanto han de gustarte, vamos a abrir la ventana de par en par justo antes del amanecer, voy a fingir que existís, vas a decirme como un secreto, que no muy lejos, en algún rincón del universo, estas esperando que te encuentre.

lunes, 18 de enero de 2016

El mundo desde los ojos del valle calchaquí

Mauricio Tiberi en su Peña "Doña Argentina"
Desde la primera conversación que tuve con Mauricio Tiberi en el departamento de unas amigas en el barrio de Almagro (Capital Federal), hace cosa de tres años o más, él me había comentado su necesidad de volver al pago. Hace más de un año supe que se volvió finalmente a Cafayate y en alguna de sus visitas a Capital Federal me contó sobre la grabación de su primer disco “Desentierro”.
Cuando llegué esa noche a la Peña “Doña Argentina”, en el fervor de viajar sola y estar en espacios desconocidos, no recordé que estaba en la tierra natal de Mauricio. Cuando me lo crucé en el patio como si fuera un concurrente más, tampoco entendí en primera instancia que me encontraba justamente en su patio de infancia y en su presente tan añorado. “Esta es la casa de mi abuela, acá es la Peña que tengo con mis hermanos”, me dijo después del abrazo.
"Yo miro el mundo desde Cafayate, tengo los anteojos puestos con el valle Calchaquí, que siempre me está marcando una forma de ver, de pensar, de sentir. Es muy importante ir paso a paso, la gente del valle calchaquí suele ir despacito, que es valorar los procesos, los ciclos, los que se cierran y se abren otros nuevos, la naturaleza es así, todo el tiempo nos muestra ese ciclo”, expresa sentado en ese mismo lugar donde ha vuelto a vivir. “Siempre tuve una profunda admiración por la naturaleza, de poder acercarme a la montaña y ver crecer el berro en el río colorado, en el divisadero, o sentir el aroma del poleo cuando llueve, o mirar el cerro y descubrir que hay un montón de cabras que han logrado subir una altura inimaginable, la naturaleza todo el tiempo nos está hablando de una forma de habitar un lugar”.
“Me siento profundamente vallista, y agradezco la oportunidad de haber ido a la ciudad y aguantado la ciudad que es muy hostil en muchos aspectos, pero que también tiene mucha magia en muchos otros”.

Los años en los cerros de metal, una temporada en Capital Federal
El patio de "Doña Argentina"
Mauricio se fue a Buenos Aires para estudiar Comunicación Social en la UBA, "era la manera que encontraba segura de poder hacer algo con los medios de comunicación, con algo que me apasiona desde muy chiquito que es la radio". En ese contexto frío de la gran ciudad cosmopolita, surgió de manera natural su trabajo con la música andina. "Cuando era más chico estaba más limitado con mis conocimientos musicales, si bien toco la guitarra desde muy chico, recién cuando me fui a vivir a Buenos Aires le empecé a dedicar más tiempo a la guitarra. Nos encontrábamos con amigos salteños, con amigos del interior que también vivían allá, entonces hacíamos causa común. Nos juntábamos a guitarrear y era como volver a la provincia, esos encuentros con la música y los amigos era una ventana para volver".
Junto a dos amigos salteños formó el primer trío musical y a partir de ahí pudo conocer su potencialidad como músico. “Empecé a cantar para el público en 2003, antes solo cantaba para los amigos o en mi casa, desde aquel momento pasé por un montón de proyectos con otros músicos, tuve varias bandas, hasta que pude encaminarme en mi proyecto solista con la fortuna de contar con el acompañamiento de muchos amigos músicos”.

Un patio de encuentros
"Doña Argentina", es en homenaje a mi abuela Argentina Galván, la mamá de mi papá. Nosotros compartimos una infancia muy feliz con ella. Su cocina era centro de la familia, el encuentro se daba en torno a la cocina de Doña Argentina. Pasamos una infancia llena de perros, de frutales que había en esta casa, algunos que se siguen manteniendo. Este espacio es ahora un proyecto familiar en el que estamos trabajando todos mis hermanos, con el apoyo de mi mamá, de mi tía Silvia que nos acompaña siempre. En todo esto están las manos de cada uno de la familia, acá las personas se animan a vivir un espacio de encuentro con la música en un clima familiar y de amistad, quizá eso es lo que le da un aspecto distintivo", comenta Mauricio.
La Peña funciona hace cuatro años. Incorporaron a otros artistas como Florencia Micha, acróbata y actriz, Juan Barone, en percusión, que viajan cada verano desde Buenos Aires para formar parte. Lucas Colque, bandoneonista cafayateño, que está desde el inicio del proyecto, Fede Cosentino, también cafayateño que además de guitarrista es lutier y Víctor Merile en el bajo.
Florencia Micha, acróbata y actriz, Juan Barone, en percusión
"Buscamos interpelar a la gente desde el escenario con un mensaje claro, revalorizamos algunos ritmos y estilos que son propios de esta región, pero que al mismo tiempo se pueden mixturar con elementos de otros géneros que a nosotros nos identifican como una nueva generación, vinculados con las nuevas tecnologías y con la información que llega de todos lados”, pone de manifiesto sobre la propuesta de lugar y cuenta que “en estos años se sumaron músicos viajeros que traen propuestas armadas, a nosotros nos gusta abrir el espacio para que la gente pueda disfrutar desde el jazz al reagge, pasando por la música folclórica que es lo que predomina". Entre los artistas invitados están Los Shunkos, Franco Luciani, Los Orosco Barrientos, Mariana Baraj, entre otros.
“Desentierro”, su primer disco
Los Shunkos
"Fue un recorrido en el que hubo mucho aprendizaje, que se hizo por etapas donde conté con un muy buen equipo”, dice, “llevó más de un año de producción entre Cafayate y Buenos Aires, con Matías Pozo, amigo de más de diez años con quien siempre estuvo la idea de hacer un trabajo en conjunto. Esteban Cahian fue el técnico que hizo la mezcla y grabación del disco, y Andrés Mallo lo masterizó”.  Además participaron Laura Peralta, coplera, Bruno Arias, le puso la voz a uno de los temas, Juan Pablo Álvares, en los vientos, y Santiago Castelani, que trabajo con Cerati y grandes músicos. "Aprendimos mucho de nuestras limitaciones, pudimos hacernos autocriticas y el disco es además el reflejo de una etapa, el estado de cosas, lo que somos musicalmente hasta el momento", reflexiona.

La radio, su padre y una forma de soñar
El cafayateño de 32 años tiene los ojos negros y desde chico una profunda pasión por la comunicación. "La radio siempre fue un lugar de encuentro, es un medio de comunicación muy importante sobre todo para la gente que vive en la montaña". Antes de convertirse en el músico folclorista que sube a los escenarios, su idea era seguir específicamente los pasos de uno de sus principales maestros, su padre. "Aprendí mucho de mi viejo, él era un apasionado de la electrónica, y fue docente de una escuela técnica. Él llevó a cabo una radio aquí en Cafayate, una de las primeras fm en transmitir a fines de los 80´ y lo hizo estudiando muchos libros para saber cómo funcionaban las antenas, todo con mucha pasión y de manera artesanal”, comenta.
La posibilidad de materializar en algo las ideas, es la premisa de la enseñanza paterna, “es muy difícil calcular todo el camino, pero animarse a recorrerlo ya es un paso muy fuerte. Mi viejo es y seguirá siendo mi gran maestro, que hasta el día de hoy vengo interpretando”. Al proyecto en la Peña, se suma un trabajo para volver a dar vida a aquella radio fundada por el padre años atrás.

Desde la raíz

 “Cuando uno deja su lugar y se va a otro, valora cosas que antes estando tan cerca no las notaba, uno siempre está buscando la felicidad en otro lugar. Estando en Buenos Aires me pasó añorar o extrañar cosas. Mis canciones condensan esas añoranzas, esos mates con mi mamá o el humo en la cocina de mi abuela que a leña cocinaban el pan a la mañana, eso marcó mi niñez y en algún lugar de mi memoria siempre me están enseñando que yo soy eso. Al mundo siempre lo miro desde los ojos del valle calchaquí”. 

viernes, 15 de enero de 2016

José Martín y el Centro Cultural "Aristene Papi"

Un hombre y la estación de tren de su vida
Cuando José Martín me entrega su libro de manera imprevista en unos de los bares que Cachi tiene en sus esquinas, no llego a imaginarme ni por asomo que tengo en frente a uno de los impulsores del Centro Cultural “Aristene Papi”, una usina del arte creada en el año 2001, cuando la oscuridad de la situación social y política se deslizó a todos los rincones del país.
“El arte no es un lujo, el arte es una necesidad, porque desarrolla la creatividad de las personas, por eso pensamos que para salir era preciso hacer un desarrollo de la creatividad con los individuos de la sociedad”, me dice esa misma tarde cuando nos dimos cita para conocer su trabajo como escritor primigenio de “La tentación de María en Sierras Altas”, una novela que cuestiona el origen de la palabra Salta, su ciudad natal.
Cualquier presentación de personaje es injusta a la verdadera trayectoria de una persona, pero vale contar que con un té de por medio, José Martín de 63 años comenzó por explicarme que nació en pleno centro salteño, como resultado de que sus abuelos llegados de Andalucía se instalaran primero en Chicoana, donde tuvieron ocho hijos y una vida de agricultores y más tarde se mudaran a la ciudad. Su abuelo consiguió allí un trabajo de jardinero en el Convento de San Bernardo y su padre se ganó una beca en el Seminario.
“Mi abuelo fue uno de los que trajo la guitarra a Salta”, comenta con orgullo y destaca que su padre fue músico, profesor de guitarra y comerciante, “yo me crié en esa dicotomía entre la agricultura y la música”. Su trabajo como escritor se concretó cerca de los 40 años, “por los miedos de mi madre tenía muy bloqueado eso de la escritura y la música, ella veía en el campo que los que tenían una inclinacion artística eran borrachos, o bueno, se terminaban descarriando, además veía a mi tío que era músico, humorista, un artista directamente y un borracho, todo eso que le daba miedo a mi madre”.

Al tiempo que estudió Historia, también buscó diferentes maneras de involucrarse con la variedad de posibilidades que presentan las actividades artísticas, entonces los miedos de su madre no fueron más poderosos que la influencia de su ascendencia masculina. “Siempre me acuerdo de una frase de Federico García Lorca, que decía “este no es mi brazo, es el brazo de mi abuelo, de mi padre, de mi hermano”, y es verdad, yo creo que ésta tampoco es mi cabeza; es la cabeza de mi abuelo, de mi padre, de mi gente, porque hay cosas que salen, y que vos no sabes que las tenías”.  
Con solo 20 años quedó seleccionado para participar del Campamento Cultural que complementó los Juegos Olímpicos de Múnich, realizados en Alemania en 1972. En ese momento era parte de la Asociación Nacional Ponchos Argentinos, “en la apertura cantamos el tema “Canción con todos”, de Tejada Gómez y Cesar Isella, un Himno de Latinoamérica. Hasta salimos por Eurovisión”. En su relato se permite recitarme la primera estrofa “Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur, piso en la región, mas vegetal del viento y de la luz; siento al caminar toda la piel de América en mi piel y anda en mi sangre un río que libera en mi voz su caudal”.
En ese viaje tan importante de su vida se enamoró de una cordobesa que después fue su mujer y la madre de sus tres hijos. Por aquellos años se permitieron utilizar un campito de un familiar y el festejo del matrimonio duró cuatro días.
Siempre vinculado a la gestión cultural, “en la facultad era el encargado de organizar los Viernes Culturales, después fui parte de un consejo asesor de la Secretaría de Cultura, en un momento donde hicieron una convocatoria de artistas para armar una gestión con más apertura”.
última cartelera publicada antes de que el CCAP fuera clausurado
Sin embargo aquellos proyectos fueron solamente un preámbulo del nacimiento del Centro Cultural en la Vieja Estación de Tren de Salta al que llamaron “Aristene Papi”, en honor al pintor italiano que se radicó en Salta, “el clero lo había traído para hacer diferentes trabajos en las iglesias de Tucumán, y se quedó a vivir en Salta”, explica, “un pintor que había sido ocultado, era ignoto, y nosotros lo hicimos conocer un poco”.
De ese mismo proyecto nació “Aristene Cultural”, una revista mensual gratuita que reunió a reconocidos poetas locales por más de siete años. “Era una revista medio rústica en sus formas pero a mi lo que me interesaba era lo que contenía, lo que diga y lo que cuente José Juan Botelli, o cualquiera de los poetas y escritores que teníamos en Salta, como por ejemplo Héctor Hugo Aparicio, que es un cuentista fabuloso que tenemos acá” relata, “entonces era lujoso el contenido, no tanto el formato, que más bien era sencillo”.  
Algunas revistas "Aristene Cultural" y el libro escrito por José Martín
Aquel gran invento en plena estación de tren fue el hogar de la creatividad en la ciudad, “hacíamos todo lo que podíamos por la gente que estaba dedicada al arte, teníamos exposiciones regularmente en ese “laterío” como le decían los detractores, porque vos viste cómo eran las construcciones del ferrocarril en esa época, todo chapa y ahí era nuestro salón de exposición”, entre los que se encontraban “José Juan Botelli, Cuchi Leguizamón, Miguel Angel Perez, mucha poesía, hicimos también exposiciones de Ramiro Dávalos”.
El libro que llega a mis manos esa mañana en pleno Cachi, donde José vive hace unos años, es el resultado de la única publicación que pudieron hacer desde “Aristene Ediciones”, la editorial que forjaron desde la misma Asociación Civil que respaldó la creación del Centro Cultural. Pero antes de convertirse en novelista, José y una amiga licenciada en arte, decidieron hacer un libro de los artesanos de Cachi. “En el 2005 comenzamos a hacer los primeros trabajos de campo aquí, nos fueron pasando los datos para saber a quienes buscar “fulano hace tegido, fulano cerámicas”, y así, estuvimos como tres años haciendo ese libro. Hay una energía muy fuerte acá, no es fácil aproximarse, pero ahí me empecé a acercar y seguí viniendo una vez terminado el trabajo”.
“El arte siempre estuvo en mí, lo que pasa es que no lo estaba asumiendo”, recapacita acerca del tiempo que le llevó comenzar a tener sus propias producciones, además del trabajo que realizaba desde chico como gestor cultural. “La vida es dura, es difícil, cada día hay que vencer obstáculos, por eso si una persona tiene esa fuerte inclinación para el arte, me parece que es un error no empezar tempranamente con ella, como hice yo, que demoré mucho con mi parte expresiva, demoré en ponerme yo a ser protagonista o actor del arte”, reflexiona, “aconsejaría que el que siente la inspiración le meta pata, porque las dificultades van a ser iguales, pero las capacidades para enfrentarlas van a ser diferentes, más positivas. Eso pensamos en el 2001, en el momento que era un cadáver toda Salta, toda la estación y toda la zona”.


“Cuando nosotros fundamos el Centro Cultural era un silencio, todo abandonado, habían hoteles que ya no funcionaban más como hoteles. Estoy convencido de que lo que iluminó eso fue el Centro Cultural, porque a partir de que comenzó a funcionar vino el primer negocio, y el segundo, y más luces, más vida y se armó una cosa que es impresionante, impactó mucho en la ciudad y en toda la provincia”.
El ser humano serio creó enormes rascacielos de hierro, bancos tramposos que se quedan con nuestro sacrificio en monedas, las burocracias tontas que nos derriban cuando falta un sello de tinta. El artista creó universos resonantes para el corazón, escenarios activos para el alma, decenas de posibilidades para reflejarnos desde el sentimiento en las huellas de otros artistas.
José Martín pertenece a los artesanos del cosmos, un ser humano que transformó el pulmón la vieja estación de tren en una dimensión para la expresión. “Pudimos encender una luz, y esa luz fue el arte y la cultura”, son sus palabras concluyentes antes de apague el grabador.

miércoles, 13 de enero de 2016

La palabra de una abuela Coya

Alicia, una abuela Coya de los Cerros

Me despierto en San Carlos. El camino de Salta está vestido de cerros y pequeños parajes que son pueblitos de pocas familias.
Con el colectivo a medio llenar, pude ocupar dos asientos para reposar después de las pocas horas de sueño de la noche anterior, pero cuando van a subir más pasajeros me reincorporo y sedo el lugar del acompañante. A mi lado se sienta entonces Alicia Nélida Ibarra, de 79 años, que en primer lugar me consulta si puede ubicarse ahí y después saluda alegre a los muchachos que la despiden desde la ventana. “Mis nietos”, dice orgullosa, “a todos lados me acompañan”. En los asientos contiguos ocupan lugar también tres de sus hijas y dos nietas.
La abuela Alicia 
Le sonrío, el colectivo arranca y ella agrega “40 nietos mijita”. ¿40 nietos?, la remedo en forma de pregunta. “Si, dos hijos varones, siete hijas mujeres y 40 nietos”.
De un momento a otro ya estamos hablando de la vida, ella me nombra el lugar donde se tiene que bajar “Payugastilla” y algo me comenta sobre la época en que la mayoría de las familias vivían de forma autosustentable en medio del cerro, cosechando los alimentos y criando animales.
“La casa misma era como un almacén, no existía esto de que sea todo comprado, por eso para nosotros siempre es tan importante la tierra, de ahí se sacan los alimentos, y si no tenes trabajo la propia naturaleza te da todo”, dice.
En pocos minutos ya decido sacar el grabador de la mochila y ella accede a que nuestra charla se convierta en esta crónica. Cuando comienzo a grabar, nuestra conversación continúa de manera natural, mientras de tanto en tanto miramos el paisaje de la ventana.
“La vida nos enseña muchas cosas, mayormente en el campo, uno aprende a hacer de todo, ha hacer como peón, como doméstica, todo se hace en la casa”.
Todos los nietos se crían cerca de los abuelos, “esa reunión enseña a conocerse, a hacerse de más amistades, a ser más unidos, inclusive también es bueno para los padres”. ¿De qué suele hablar con los nietos?, quiero saber. “Les contamos cómo se han criado sus padres, que hacían, después uno les aconseja que estudien, la cosa tiene que ir cambiando”, y agrega que hace poco tiempo sus hijos que se jubilaron están volviendo al pueblo, por eso siente que todas las enseñanzas y esas charlas van a continuar, “no se va a perder, no se va a olvidar la atención a la tierra, por intermedio de los padres van a volver a conocer, ya serán los nietos de mis hijos”, acentúa, “mira lo que es la vida ¿no?, y así sigue la costumbre, la cultura”.
El modo de subsistencia hasta el día de hoy, es sumamente diferente al que conocemos en forma industrial, “la alimentación, que no es todo comprado, que viene de la misma naturaleza, hecho por las manos, comidas criollas, sanas, nada artificial, como son los productos que uno saca de la tierra, haces dulce o disecado, y así las conservas”. Alicia sostiene que algo de esas costumbres ya no son como en su época porque ahora prefieren comprar todo y no saben cómo producirlo por los propios medios. “Todo eso que nos han enseñado, hemos ido volcando a mis hijos y a mis nietos. Si no saben para qué sirve esta verdura, esta fruta, la tiran, no conocen, eso pasa mucho porque no le enseñan a los chicos como pueden aprovechar, como pueden hacer durar las cosas”.

La atención médica a lomo de mula
En medio de los cerros hay pueblos agricultores 
“Yo he trabajado treintaicinco años en salud, en APS (Atención Primaria de la Salud), he sido la primera agente de salud aquí en San Carlos, en el año 1978. He trabajado para los cerros aquellos”, y me señala una ruta donde solo veo una pequeña franja de árboles y la inmensidad de las montañas. “Para toda esa gente que ha pasado por mis manos, yo no soy ajena, yo soy “la abuelita”, “la tía”, “la mami”, así que tengo familia a granel, ellos mismos se hacen pertenecer y yo no estoy para decir “hijitos ustedes no son mi familia”, al contrario, yo los recojo para aconsejarlos, lo bueno, lo malo, y que no se pierdan, porque yo en la ciudad veo niños perdidos, a mi me duele un montón ver los chicos así, tan tirados, es una lástima”. Los ojos le brillan por alguna imágen que se le viene a la memoria y deduzco que cuando dice “la ciudad”, se refiere  Salta, por eso también observo de manera fugaz mi propia imagen mental de Buenos Aires, donde cientos de niños vagabundean y mas de 18 mil personas viven en situación de calle. “Necesitan criarse como quien dice, una planta derechita. La misma planta si dobladita crece, luego no sirve ni para vara, ni para poste, ni para nada, no sirve, y lo mismo el ser humano, si se ha criado chueco, ladrón, peleador, no sirve y es una lástima, porque es una vida igual que uno”.
Los diarios del mundo nos muestran un ser humano sumamente individualista, violento, corrosivo para sí mismo y para su sociedad, por eso quedan perdidas las historias humanas, igual que estos pueblos en medio del cerro, donde todavía existen otros valores. “Tengo una autorización mía, para con todo los niños que he trabajado. Yo le hablo directamente como un familiar, para que ellos analicen lo bueno, lo malo. Ahora mi hija más chica ha quedado en mi lugar, ella trabaja en salud y hace las mismas actividades que hacía con los chicos”, expresa orgullosa. “Es lindo, o será que a mi me gustaba mi trabajo. Para mi APS es una gran cosa, uno se familiariza con la familia, acompaña a la madre soltera para saber cómo cuidar su hijo, y le enseña al mismo hijo lo que es bueno y lo que es malo. El agente sanitario es el primer contacto con las enfermedades, con los problemas de la familia. Es domiciliario, uno va a la casa y ve todos los problemas de la familia. Si el niño está desnutrido se lo anota para pesarlo y cuidarlo, ese niño necesita leche. Si son vacunas, se lleva el registro de vacunas, desde el embarazo hasta la edad que corresponde y así se evita la muerte por desnutrición”.
¿Cómo hacían con las distancias tan largas?, le consulto. “En la época mía lo hacíamos a lomo de mula, ese era mi transporte, porque para los cerros son senditas, una casa está por allá y la otra está al otro lado del cerro, no están juntas, y así hay que andar mucho para llegar a la otra familia, esa es la única dificultad que hay”. ¿Y cómo se enteraban que una persona necesitaba atención?, repregunto. “Porque uno hacía la derivación, por ejemplo yo trabajaba todo esto”, me dice apuntando el territorio montañoso que vemos a un costado.
En muchas oportunidades también le tocó ser partera, describió el proceso de contar cuatro dedos para anudar correctamente el cordón umbilical y atendía a las parturientas en la montaña. “¿Ves esa chica?”, me dice apuntando a una muchacha de espaldas que no supera los 15 años, justo cuando se acerca para consultar algo al chofer, “yo la traje al mundo”.
“He andado toda esta franja”, vuelve a decir mirando una ruta repleta de árboles y piedra, “hice mucho camino a pie, pero a lo último me he comprado una moto, y ahí sí”.
¿En moto por el cerro?, me sorprendo. “Ha si, yo embarazada de casi nueve meses andaba en la moto hasta San Carlos, para llevar las planillas, para hacer reuniones”, y su voz transmite una sensación de siesta provinciana, “yo me iba tranquila en la moto, volvía en la moto, y para los cerros a lomo de mula”.

El amor de una vida
pequeño cartel de "Payugastilla"
“Lo que yo admiré muchísimo y nunca me canse de admirar es la compañía de mi marido, con él andábamos en el cerro”. Será que muchas veces nos cuesta pensar que es posible acompañarse de manera natural, por eso se valora una historia de amor sencilla que ocurre, aunque nadie la narre. “El era de Payugastilla y yo era de Angastaco, pueblo medio cercano ¿no?, y bueno, la misma cultura Coya somos, así que muy bien hemos vivido, un matrimonio muy bueno. No ha habido problemas para los hijos, no ha habido maltratos, no han visto malos tratos de la pareja nunca, y así, eso también se enseña mucho a los niños”. Nuevamente sus ojos se transportan a un recuerdo y me permite imaginar los últimos años del matrimonio, ahora rodeados de una enorme familia. “Nosotros hemos cumplido los 50 años de casados y todos los hijos nos han hecho una fiesta, nos han sorprendido, mi esposo pobrecito estaba en silla de ruedas ya, eso ha sido como volverse a casar, porque nos dieron anillos nuevos, la misa, la bendición, ni más ni menos que volverse a comprometer, ahora con todos los hijos y nietos, la iglesia llena”.
La igualdad entre hombres y mujeres
¿Siempre fue así de activa?. “Si claro, yo deduzco que la actividad hace a la salud”.
“Yo siempre fui muy inquieta, mis hijas son iguales, para nosotros la mujer hace lo mismo que el varón y el varón lo mismo que la mujer, mi última hija es electricista, carpinteria, ella me instaló la corriente en casa, así que bueno ellos se encargan de todo ahora”.
La parada es en Payugastilla. Cuando estamos llegando me señala una casa blanca que es el Centro de Salud donde ahora la reemplaza su hija. Muchas gracias Alicia, le digo. “Gracias a vos mija, y ya sabes que acá tenes familia”. Cuando llega a destino, efectivamente la esta esperando una de sus nietas más pequeñas, junto a los que supongo que serán otros hijos.
El colectivo vuelve a tomar la ruta, entonces me pierdo en la imágen del camino, pensando en esas otras maneras de habitar el mundo.  
Alicia cuando se bajó del colectivo


domingo, 10 de enero de 2016

Aislamiento profundo

(Paisaje interno)

No queda otra, no consigo conectarme a internet para editar los textos que logre tipear sobre el pueblo diaguita, después de intensificar la tarea en las ruinas de Quilmes y en medio del desierto.

Así que respiro y reflexiono en voz alta, hasta que sea tiempo de contar sobre un pueblo que consiguió una organización integral, tras 130 años de guerra resistiendo a la conquista española en pleno saqueo de las tierras nacionales.

Me siento en otro planeta, sin embargo estoy en la misma Argentina que sufre los cachetazos de un contexto poco favorable para los derechos de los seres humanos que menos recursos económicos poseen.

Con otro tiempo contaré después sobre el pueblo diaguita, sobre la gobernanza indígena y sobre un relato que nunca será reconocido por la historia oficial. Por el momento, sin conección a internet, y solamente para conseguir una breve bocanada de aire, me gustaría contarles que a tres días de recorrido me balanceo de manera vertiginosa entre las huellas de una comunidad que parpadea en un mundo de plástico.

Ahora mismo, mezclada entre los veraneantes, recuerdo que fue justamente ayer que Sebastián, integrante de la comunidad indígena de Amaicha del Valle, me contó la historia de Don Castillo.

Sebastián estaba participando del Tercer Encuentro de Formación de Gobernanza Indígena cuando vió llegar a un hermano de la comunidad muy mayor, acompañado de uno de sus hijos. Don Castillo caminó diez horas desde Corral Blanco, donde vive en un lugar rural de Catamarca, y Sebastián quiso conocer algo más de su historia.

El hombre le contó que el terrateniente, dueño de las hectáreas que explota a cielo abierto para la minería, no le permite construir una vivienda para él y su familia. Don Castillo vive hoy mismo, mientras yo escribo esto, mientras ustedes lo leen, en un pozo.

Literalmente, en una construcción subterránea, ahora con techo de lona, como si fuera una pileta de natación tapada, el hombre sobrevive allí teniendo dos hijos discapacitados. La pelea contra un terrateniente que jamás visitó ese suelo, por un minúsculo pedacito de tierra para construir una vivienda, es sumamente compleja y burocrática. Sin embargo la comunidad de Amaicha se solidarizó con ésta realidad y comenzó a ver la manera de dar batalla.

Esto no pretende ser una crónica, ni una noticia, ni nada, es solo un paisaje interno que les comparto de manera urgente mientras pueda esperar para publicar otros textos más elaborados. Por eso, en el fragor de la licencia que me doy para comunicar de manera desprolija, necesito recordar los matices de la realidad.

Mientras los grandes temas del contexto nacional aprietan el cerebro de todos los argentinos que están pendientes del televisor, coexisten cientos de realidades de injusticias que requieren ser sabidas también. Pero bueno, si algo me queda claro estos días, es que laˋúnica salida efectiva, es la organización social, genuina, solidaria, conciente, amorosa, resistente, poderosa por ser fruto del origen de cada uno de sus luchadores.

El imperio siempre será el imperio, nosotros somos los que deberemos continuar la lucha inevitable que tenemos impresa en la sangre.

Cierro éste pensamiento en voz alta, que apenas consigo de forma desprolija, y si no logro editar los otros textos, me llenaré por el momento de paisajes internos que aguanten la llegada de los héroes sensibles y los artesanos del cosmos.

(Ayer sacudida por el viento en la montaña que me permitió mirar de frente el estómago del desierto comprendí lo sola que me siento en medio de la ciudad).

Los 130 años de lucha contra los españoles del pueblo Diaguita

Las Ruinas de Quilmes, sangre de la Ciudad Sagrada

“El valle es un gran campo arqueológico. Tafí, Amaicha, Santa María, Cafayate, Cachi, todos  estos lugares propuestos como rutas turísticas son grandes campos arqueológicos. Aquí los abuelos, nuestros padres, preparan el arado para cultivar la tierra, o nosotros metemos la pala para comenzar a hacer los cimientos de las casas y sale presencia del pasado”, dijo Santiago Nievas, el joven de 23 años que recorre todos los días las ruinas de Quilmes para contar la historia de su pueblo, a los turistas que se acercan hasta Amaicha del Valle. 

Cuando escucho sus palabras todavía estamos en un bosque cercano al gran cementerio indígena, donde los cuerpos de los nativos están enterrados a un metro y medio de profundidad, según lo que nos relata. Quilmes y el Pucará de Tilcara, son las dos ruinas más conocidas, pero a medida que avanzo en el recorrido por estas tierras, los guías repiten la misma consigna, todos los cerros son testimonio de la vida de los pueblos arrasados por la conquista. 

“La otra historia”, es el nombre del recorrido propuesto por Sebastián Pastrana, guía turístico oriundo del pueblo Diaguita, que hace aproximadamente ocho años impulsa la toma de conciencia sobre el pasado y presente de una población que luchó durante 130 contra las invasiones que los españoles. “El imperio Inca ya había sido conquistado y dominado. En éstas partes las guerras fueron muy largas y fuertes. Los abuelos nos dan un ejemplo para entender que son esos 130 años y ahí surge esa transmisión oral, esa Otra historia”, presenta Santiago al grupo pequeño de viajeros que estamos escuchando con atención bajo la sombra del árbol. “Un relato que no se habla, que no está escrito, y que genera una confusión a nosotros que somos más chicos, porque nos dicen una cosa en la escuela y otra en la casa”. 

Territorio Comunitario Ancestral 

Los comuneros de Amaicha del Valle conforman un Pueblo de la Gran Nación Diaguita. Son 5.000 habitantes en un territorio de 52.000 hectáreas, cuyos derechos están respaldados por Cédula Real Española, otorgada en 1716 y protocolizada en 1892 por el Estado Nacional. Son el único territorio donde el Estado Nacional y Provincial, no puede accionar sin previa consulta al Cacique, que a su vez habla con el Consejo de Ancianos y la Asamblea General, partes integrantes de una forma de organización nada difundida. 

Actualmente para recorrer las ruinas ancestrales, se abonan 30 pesos que son destinados a la educación, salud, sueldos de quienes reciben a los viajeros en la excursión y diferentes proyectos cooperativos como el emprendimiento de vino indígena que pusieron a funcionar recientemente en el pueblo. En el marco de esa forma de organización plantean una propuesta de transmisión oral en lo que dura la caminata por las construcciones en piedra que fueron el hogar de una comunidad trabajadora y en armonía con la naturaleza. 

La Otra Historia sobre las ruinas de Quilmes 

Santiago nos explica que las ruinas se conocen solamente por haber significado el último lugar que invadieron los españoles y por el genocidio posterior, cuando esa población fue obligada a caminar en caravana hasta el actual Quilmes en Buenos Aires. “La distancia de un Quilmes a otro hoy es un aproximado de 1500 kilómetros, y tengamos en cuenta que estamos hablando del 1600, no había caminos, no había huellas, ese trayecto es un gran cementerio, salen más de 2000 personas y llegan menos de 400, esa fue la “Reducción de la Exaltación de los Indios Quilmes”, nombre que le puso la corona española al territorio. 

“Hay sociedades muy bien organizadas antes del Inca y antes de Cristo. Las montañas que están entre Tafí y Amaicha, están repletas de construcciones que datan de tres mil a cuatro mil años antes de Cristo”, dice el joven guía, “el pueblo de Quilmes es del año 850, después de Cristo, y en el 1200 es cuando se habla de un desarrollo bien marcado, donde pasaron de ser nómades a sedentarios”. Santiago resalta que gracias a los estudios arqueológicos que se realizaron en el lugar, se puede saber que existió “con palabras de hoy, una red comercial”, y ejemplifica que “se encontraron objetos de la puna tucumana en la selva boliviana, objetos de la puna tucumana en la costa atlántica, en Brasil, lo que demuestra que alguien fue, y vino”. 

La voz de Santiago, calma pero con fortaleza evidente, nos transporta a 1480, cuando el Inca ingresó en la región, y “ahí es cuando se habla de un periodo corto de 50 años, fuertes, duros, intensos, donde por ejemplo, pierden la libertad de trabajo y algo muy importante, la lengua madre del diaguita llamada “Cacán” y en su lugar imponen el Quechua”. Además el Inca ya había movido a los Coyas y a los Aimara de un territorio a otro como estrategia.  

En 1534, se hace cargo de la invasión Diego de Rojas, que es el primer español en entrar a esas tierras. “En ese periodo también surgen tres jefes, tres héroes. Hoy los próceres que estudiamos están en los billetes de 100 pesos, y estos héroes nativos, gente que realmente ha defendido la tierra, muy poco y nada se habla”, exclama Nievas “el primero es Calchaquí, el valle lleva el nombre de una persona, Calchaquí fue el que logró unir Salta, Tucumán, Catamarca, ésta era una zona conocida como de Calchaquí, una zona fuerte, conflictiva, de precaución, siempre se hablaba de lo bravos que eran aquí, pero bravos para defender lo suyo”. 

Los exponentes indígenas de esas luchas representan una importante referencia para las actuales generaciones originarias que necesitan conocer su historia. “Después de muchos años de guerra, Calchaquí muere, pero ya había dejado mucha gente preparada, y ahí surge el segundo que se llama Chalimin, el más fuerte que tiene la conquista, en los archivos está como “el tigre de los Andes”, con una fuerte capacidad guerrera”, suma Santiago, “pero Chalimin tiene un triste final, agarrado por los españoles y descuartizado. Sus miembros son esparcidos por todo el valle, sus brazos, sus piernas, después su cabeza es la que va girando alrededor de las tribus en señal de escarmiento, no obstante con toda esta crueldad continúan y aquí es donde encuentran al tercero en Quilmes”. 

Ikin, el guerrero diaguita de Quilmes 

“Se enfrentan las armas de fuego contra las flechas y las piedras, lo que hace perder mucha fuerza a Ikin. Ahí entran a defenderse mujeres, niños y abuelos también”. Alonso del Mercado de Villa Corta fue el militar designado para invadir el territorio de los Quilmes. “En la transmisión oral los abuelos nos cuentan que es el primero que llega y piensa “hay que rodearlos”, y cortarles los accesos de agua que tenían atrás de la montaña, cortarle el acceso a éstos cultivos y así por hambre y por sed hacerlos bajar de esa montaña”. 

“La Ciudad Sagrada”, como llaman al sitio donde hoy quedaron las ruinas, se dividía en dos partes en dos partes: por un lado las viviendas y los centros de cultivo, lugar donde vivían armónicamente cuando no había invasión, y por otra parte el Pucará, que significa “fortaleza”, donde estaban los “divisaderos”, para vigilar la llegada de los invasores desde la montaña. 

El Pucará, la ciudad de la guerra 

“Pasan aproximadamente cuatro meses hasta que las mujeres y los niños comienzan a bajar de la montaña y Villa Corta los tortura para ejercer presión a Ikin. En 1666 el cacique baja de la montaña y pacta la rendición”. Es ahí cuando se realiza el traslado masivo a lo que conocemos como Quilmes en Buenos Aires y también los obligan a ir a Salta, Bolivia, Catamarca, la Rioja, Santa Fe, Córdoba.   

Utubaitina, un cacique nacido para el renacer de su pueblo 

“No todos desaparecen, no todos mueren, Ikin hizo escapar un grupo por atrás de la montaña, y así surge utubaitina, que se escapa siendo niño y vuelve muchos años después como cacique de su grupo, pero no ocupa la Ciudad Sagrada”, dice el guía y explica que la corona española, por miedo de un nuevo levantamiento y cierta lucha de intereses políticos dentro de la misma aristocracia, otorga el territorio a Utubaitinia. 

“Recién en 1810 se realiza un censo para saber cuantas etnias habitaban, ahí ya no aparecen ni los Quilmes, ni los Calchaquíes, ahí hablan de la mujer diaguita en un auto exterminio, negándose a tener hijos para que no sufran. En 1812, muere el último Quilmes puro, y se los declara pueblo libre, pero ya sin sus originarios. Hoy a 2016 ésta población sigue, pese a los acuerdos políticos con los económicos, que niegan a presencia de pueblos originarios. Es aquí cuando surge esta necesidad de seguir transmitiendo de manera oral”. 

Una pileta de natación sobre las tumbas indígenas en los 90´ 

“El mismo dueño del “Museo Pachamama”, en los 90’ destruyó el sitio arqueológico para construir ese complejo turístico”. Hicieron una pileta de natación de dos metros de profundidad sobre el enorme cementerio indígena que apenas un metro y medio bajo tierra, todavía conserva los huesos de la comunidad Quilmes. 

Un mes acamparon para que se vayan los empresarios que reclamaron esas tierras como propias y destruyeron el sitio arqueológico para instalar un gran hotel y shopping en pleno sitio arqueológico. En 2006 se realizó una investigación que demostró los movimientos fraudulentos que se realizaron en esa construcción y en 2007 los habitantes de los alrededores lograron que se clausure el lugar. Ahora el espacio funciona de manera cooperativa, “todo el año estamos aquí viviendo, no somos un folleto de fin de semana largo, nosotros estudiamos aquí, nos capacitamos y esa es la propuesta de la comunidad”, sumo el joven guía diaguita calchaquí. 

Cuando finalizamos la caminata en la montaña, Santiago nos invitó a permanecer un momento en silencio para contemplar desde las alturas la enorme Ciudad Sagrada. “En el canto de las aves se escuchan las voces de las almas que todavía habitan este lugar”, nos dijo. 


martes, 5 de enero de 2016

La libertad a la deriva

(Paisaje interior)

Soy la deriva, por eso consigo la libertad del pájaro. Soy el verano que busca el sol en tierras lejanas. Soy la ruta tranquila del interior de mis venas. Soy la tormenta natural que acaricia los cerros. Soy los ojos de la vaca que mira pasar el colectivo desde el valle. Soy la profundidad del universo cuando vivo en estado de Tierra Natal.

Camino a Amaicha del Valle. Comenzó el viaje.

sábado, 2 de enero de 2016

"Vivo en un mundo muy imaginario"


Vivo en un mundo muy imaginario

“Desde pequeño siempre quise dibujar mis sueños, sin conocer el surrealismo, ni el psicoanálisis. Como una forma de recordar las imágenes múltiples, sin sentido, la yuxtaposición de objetos”, dice el excéntrico Marcos Corvalán, artista plástico chaqueño que vive el arte desde su propio cuerpo hasta las paredes donde plasma sus creaciones. “De más grande siempre me decían que se parecía mucho a la obra de Dalí y comencé a buscar sobre él, ahora poseo una gran colección de sus libros”, agrega.

Cuando charlamos sobre su obra, él está pintando nuevamente la iguana que taparon con los carteles promocionales de las fiestas que se hicieron el 24 y el 31 en la ciudad de Resistencia. El artista de bigotes estirados y curvos, con expansores en las orejas, la cabeza rapada hasta la pequeña cresta que deja crecer en la nuca y un sin número de tatuajes, pasa de estar sentado en una mesa en la vereda del bar “Las Chatas”, a buscar sus pinturas, para que en la madrugada del 2 de enero, reviva su mural callejero.

Cuando lo interrumpo para sacarle charla y saber qué está haciendo, él coloreaba la base del dibujo con una versatilidad asombrosa. “¿Y de qué habla tu obra?”, le pregunto para empezar. “Habla de las culturas, los movimientos y las personas que conocí a lo largo de mi vida. Desde chico me gustaba coleccionar las enciclopedias y conocí el mundo mediante eso. Me influenciaron mucho las otras culturas, quizá no todos los chicos se interesan por eso, entonces yo vivo en un mundo muy imaginario, donde tengo un abanico de posibilidades sin quedarme en un estilo marcado”, contesta.

A medida que avanza la charla me doy cuenta que estoy frente a un artista solitario y autodidacta. “Me gusta hacer lo que me imagino, cualquier cosa”, me explica, “la mayoría de las técnicas para pintar las aprendí solo, fui pensando en cómo hacer, y cuando estudié Bellas Artes opté por la escultura, porque no quería que nadie toque mi manera de pintar”.

Sobre su trabajo como escultor me comenta algo muy interesante. Para un concurso de arte, ciencia y tecnología de la UTN de la Plata, construyó un artefacto muy psicodélico con un tocadiscos que encontró en la calle.  En lugar de una púa, colocó la escultura de una mano hecha en arcilla y cocinada en horno. “El brazo que la sostiene y permite el movimiento esta tallado en madera. Para que funcione el mecanismo giratorio usé un motor de ventilador y pegué una correa alrededor de la parte interna del círculo giratorio. El movimiento se activa por medio de un interruptor colocado en la parte superior de la obra”, dice la explicación del video colgado de su canal de YouTube. “Aparte tiene una serie de cuatro discos con las ilusiones ópticas de "Anémic cinema" de Marcel Duchamp, que se pueden ir cambiando a gusto y son las que le dan el nombre a la obra”, completa.



“En mis esculturas es todo material reciclado. Yo construyo cada pedazo de mi obra”, me comenta mientras hace una breve pausa para sacudir el aerosol y sobre su pintura retoma, “para pintar siempre hay un disparador, una idea, puedo jugar con un chiste por ejemplo, o veo un lugar y pienso que hay un dibujo que debería estar allí”.

Se puede vivir el arte de múltiples formas, por eso Marcos se da la oportunidad de vivir sus intervenciones a veces con mucha adrenalina. “Así entré en una empresa de construcción que se llama “El Yunque” cerca del Hipermercado Libertad. Decía bien grande El Yunque y tenía esa imagen. Entonces a las tres de la mañana me fui en bici hasta allá y a las seis entré encapuchado, salté la reja y antes me fije si no había perros, inclusive lleve comida para apaciguarlos si estaban cuidando”, relata, “en media hora pinté un Coyote justo abajo del yunque”, dice riéndose para rematar la anécdota.


Entre las enormes pinturas que ya realizó, hay una muy imponente con el rostro de Bob Marley, Zoso, la pirámide de Pink Floyd y Goyeneche. “Yo vi que estaba el cartel sin uso, todo mal pintado sobre un kiosco, entonces pedí para pintarlo. El vago del lugar me tiro la idea de que sea como una línea histórica del rock. Los retratos están hechos en acrílico, y los logos de las bandas en esténcil”.

Antes de cerrar la noche y seguir a mis amigos que ya se levantaron de la mesa en la que estábamos cuando Marcos comenzó a pintar, le agradezco por su apertura y veo a la iguana casi terminada, muy cercana a la imagen del rostro de Dalí que el artista tiene tatuada en la costilla. Definitivamente el mundo está plagado de artesanos del cosmos.