jueves, 21 de enero de 2016

Caleidoscopio en la vereda (paisaje interno #1)

Ya no temo ser mujer, ni me da pudor tener la rudeza de un hombre, tampoco me afligen mis posibilidades de abanico en verano, ni mi pulso fino de pianista clásico que agarra la cámara para espiarte el alma.
Estoy mirandome las tripas con un espejo en el baño, porque sé que todavía no lograron instalarme cámaras de seguridad en el cerebro. Estoy caminando por el techo del colegio secundario, vistiendo mi primera bandera de amor político.
Perdí algunos pétalos en el camino y me crecieron las espinas porque el amor dolió, o porque no dolió lo suficiente, ¿cómo saberlo no?, qué carajo sé en definitiva, sobre el amor.
Odie la idea de odiar, yo tampoco sirvo para eso, es fácil aveces aislarse de todos los mundos ajenos, es imposible huir de la propia piel. Qué me importa estar en un film, si la lupa registradora nació aderida a mis ojos, si estoy escribiendo un diario muy íntimo desde los tres años, si esa vez que traté salvar el mundo, el mundo me dijo que no quería ser salvado, si las canciones de siempre siguen siendo siempre las canciones de siempre, si la primera vez, nunca fue “tan” la primera vez, si siempre estoy buscando primeras veces, si en el fondo, todo lo que quiero es unirme al verano del litoral y fosilizarme como un árbol viejo que vivió lejos de la injusta humanidad.
Voy a escucharte un rato más, mientras cantas mal mi canción favorita, vas a dejarte torturar por mis laberintos existenciales que tanto han de gustarte, vamos a abrir la ventana de par en par justo antes del amanecer, voy a fingir que existís, vas a decirme como un secreto, que no muy lejos, en algún rincón del universo, estas esperando que te encuentre.

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