viernes, 29 de enero de 2016

Nación Ekeko de visita en su Resistencia Natal

Cada vez que escucho a Diego, percibo la posibilidad ser un artesano de la música. Él juega con los elementos, desde 2006 se sumerge en las comunidades originarias que encuentra en su andar. En ese encuentro dialoga en el plano de la comunicación musical. Diego hace pocos meses cumplió diez años en el proyecto TONOLEC, la dupla que completa Charo Bogarín, y hace menos de un año lanzó su proyecto solista conocido como “Nación Ekeko”.

Nación Ekeko es de esas cosas difíciles de describir, porque llevan la multiplicidad de cristales que danzan adentro del caleidoscopio. Así, igual que hundirse en la jungla sin miedo, es vivir la experiencia Nación Ekeko. La magia de las formas y los climas, la danza en sintonía maravillosa con los canticos indígenas, que se mezclan con las voces chamánicas que Diego reunió en las siete canciones, que tiene el primer disco llamado “La Danza”.

Cuando cruzas la puerta que te sumerge en otra dimensión, comprendes porque los creadores de éste fantástico experimento, Diego Pérez y su productor Mariano Tomassetti, dicen que es la búsqueda de la “vivencia”, del contacto imprescindible con el “presente”.

“Alrededor del 2007, se me ocurrió armar algo que tenga electrónica y percusión, y que este alineada con la música que se puede danzar, con el ritmo, con lo afro y con lo latinoamericano, como parte de esa inquietud que tuve me puse a componer y salió un tema que es parte ahora del Disco de Nación Ekeko, que se llama “Guarania”, dice Diego, “un día hablando con uno de los percusionistas de la Bomba del Tiempo, me cuenta que se estaba planificando una movida en Grecia, de llevar músicos de Brasil y de Argentina para hacer un show integral. Me propuso que mandemos algo de lo que yo estaba armando, así que nos juntamos un día en un galpón y nos pusimos a improvisar con esta canción, con “Guarania”, y lo mandaron a Grecia y lo quisieron, lo compraron, y fuimos a tocar a Grecia y a Turquía”, así comenzó a tener forma el proyecto.

La música como ritual.

La exploración del hijo del altiplano, comenzó cuando él todavía vivía en su Resistencia natal, en su gran Chaco. “Estoy vinculado a las comunidades desde el año 2001, cuando empezamos a trabajar con TONOLEC, con los QOM primero, una búsqueda que tuvo que ver con nuestro lugar”, cuenta “cuando empecé a trabajar con la música Toba sentí una fuerza, una energía, una espiritualidad que tiene esa música, desconocida para mí hasta el momento”. Diego venía del Rock y en el contacto con los cantos de las comunidades, comprendió que debía conocerlos, compartir, explorar, comprender. “Comencé a investigar sobre la música de rituales, y empecé a ir a rituales para escuchar la música, sin saber que eso me iba a terminar transformando a mi como persona”.

Las canciones son recitados que cruzan Latinoamérica desde la Pampa Argentina al encuentro de Atahualpa, Méjico y la poesía zapatista del árbol de la vida, pasando por el chaco salteño, amazonas y la isla de los Uros en Perú y Bolivia. “En un momento se me abrió una especie de tercer oído”, dice “Yo escuche una melodía en la voz hablada, escuché esa musicalidad, es como que te escuche a vos hablar y diga “ha mira, está hablando pero yo escucho una melodía o un canto ahí”.

“En la isla de los Uros, busque deliberadamente el recitado de la Ureñita. Yo le preguntaba a todo el mundo si conocía algún recitado en Quechua o Castellano, hasta que ahí en la isla de los Uros, después de quince días de estar viajando, una señora dijo “ella sabe un recitado” y ahí empezó: “yo soy una ureñita, que vive dentro de los totorales” y lo grave ahí con el teléfono”.

En Chaco buscó a su amigo Lecko Zamora, un maestro Wichi, poeta y luchador de los derechos de los pueblos originarios. “A Lecko lo empecé a leer en libros porque escribe unas cosas increíbles. Un día lo conocí, charlamos, nos pasamos los contactos, hubo muy buena onda, y le dije, “me gustaría que me leas tus textos y grabarlos a ver que sale, yo puedo hacer música con eso”. Nos juntamos después en un cuartito en la Casa de las Culturas ahí en Resistencia, el trajo unas cosas escritas y yo llevé mi teléfono para grabarlo. El empezó a leer cosas y se cortó la luz en el lugar, estaba todo oscuro. Entonces Lecko apuntando con su teléfono a la hoja para poder leer y yo con la batería que le quedaba al teléfono, grabamos los audios y con eso arme Tokwaj, que es parte de Nación Ekeko”, relata.

“Para mí es muy importante cuando utilizo una voz, una referencia, un sonido. La música que compongo tiene que partir de ahí, no tiene que ser algo impuesto como “bueno, la gente tiene que bailar”, yo quiero que esté el espíritu de esa persona, de ese personaje, y de ese paisaje que representa ese personaje. En este caso para mi Lecko representa el Chaco Salteño, nuestra cultura wichí. Yo quería que en esa canción se sienta ese espíritu, sin una rigurosidad antropológica que dice “bueno los wichí usan tal instrumento”, sino una sensación de que esa es la canción de ese personaje, y que representa a un paisaje, una cultura, una Nación”.

“Lo que me pasó cuando empecé a juntar estas voces me di cuenta que hablaban estas voces desde su pluralidad y desde su paisaje, tenían también muchos puntos en común, estaban hablando de su cultura, de la tierra, de la relación comunitaria, de algo con un fuerte contenido espiritual, entonces me pareció que había un mensaje común y por eso empecé a pensar en la palabra “Nación”, porque había una unidad, como una gran Nación, estaba tal vez desmembrada pero que seguía existiendo en su esencia más profunda. Y que “el árbol de la vida” era el resumen de toda esa historia común que tienen los pueblos originarios de Latinoamérica, y que es nuestra herencia, porque nuestra historia es también la de nuestros pueblos originarios que viven acá y que siguen viviendo hasta el presente. Todo eso es lo que nos hace particulares y con una identidad propia”.

Así nació la canción “El árbol de la vida”

“El árbol de la vida” es una canción que surgió a partir de una poesía, cuando ya tenía varios temas armados y empecé a pensar en algo que conjugue voces, ritmos, electrónica, paisajes, lo que terminó siendo Ekeko. Empecé a hablar con amigos que tenían cierto registro de cosas y así me llegó el recitado de Atahualpa y el recitado de un nene de Chiapas, que es con el que armé la canción “el árbol de la vida”, explica.

“Me pegó muchísimo porque es una poesía que dice cosas durísimas y las dice un niño, y me gustó mucho que termina después de atravesar cosas oscuras, con algo muy luminoso y con una esperanza que nace de haber pasado toda esa oscuridad”.

“Y cuando lo terminé sentí que era el tema que tenía que cerrar el disco, porque me parece que de alguna manera resume todo lo que viene pasando antes. Este disco fue para mí un viaje físico pero también espiritual, porque si bien esas cosas me llegaron a mí, yo tuve que transportarme con esa voz a otro lado para poder crear, y también viajé desde la imaginación y desde lo espiritual”.



Sobre la fusión de lo ancestral y lo tecnológico.

“Hay muchos límites que creemos que existen y me voy dando cuenta que no están. Entre un sonido de un charango y algo que yo puedo generar electrónicamente pueden haber muchas cosas en común. Las cosas que para los ancestros eran importantes hace 200 años, hoy siguen siendo vigentes y contemporáneas, y lo contemporáneo puede tranquilamente alinearse con un mensaje ancestral. Los límites no existen, tampoco existen los límites de las fronteras. Vos escuchas música de una región de Brasil que linda con Paraguay y con Argentina y no existe ni Paraguay, ni Argentina, ni Brasil, es una región. Para mi integrar esa sabiduría ancestral, con elementos contemporáneos, percusión con electrónica, tambores con las linternas mágicas que toco con las manos en el aire. Lo me divierte es pensar que las cosas se pueden integrar y se pueden borrar las fronteras”. Y agrega “muchas cosas que llamaban mundo moderno fracasaron, y muchas cosas de lo que llamaban mundo primitivo, siguen siendo más vigentes y más necesarias que nunca”.

El Ekeko es el viajero.

“Después me puse a investigar más la figura del Ekeko, y apareció esta historia de que el Ekeko era un personaje que traía luz y que ayudaba a los pueblos y que cuando llegan los colonizadores lo atrapan, lo matan y lo descuartizan, para que no se vuelva a formar el Ekeko. La cultura Aymara dice que cuando sus partes se vuelvan a unir va a renacer el pueblo Aymara. Y me pareció increíble, porque era lo que yo sentía sobre las voces que estaban en diferentes lugares, desmembradas. Nuestra fuerza está en el contacto, en comunicarnos, en saber lo que le está pasando al otro, y en lo comunitario, que eso fue lo desmembrado. Entonces claro!, esto es más actual que nunca”.


“A partir de las ceremonias pude notar que hay una cotidianidad de la celebración, que por ahí en el mundo occidental lo perdimos, que es una celebración espiritual, no una celebración de “me junto y me emborracho”. En el mundo occidentalizado estamos acostumbrados a ver que los logros en lo material, entonces vos tenes que “hacer” para conseguir y una vez que tenes un logro podes festejar, o no, o tal vez no festejas porque crees que necesitas algo más. Lo que veo en el mundo de los pueblos originarios, en la relación con la música y la celebración, es que hay un agradecimiento constante al entorno, a lo que nos es dado por la tierra. En la celebración hay una conexión con el agradecimiento al estar vivo, al estar con los seres queridos, al sentir amor por la tierra y eso para mí empezó a ser una necesidad de lo cotidiano, casi de todos los días”.

Diego tocará hoy sábado 30 de enero en su Resistencia Natal en la Casa de la Cultura, frente a la Plaza 25 de mayo, desde las 22 hs. En compañía de Cesar Frette, correntino, Esteban Peón, resistenciano, y Lecko Zamora, del Chaco Salteño, creador de la poesía plasmada en la canción Tokwaj.

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