jueves, 9 de junio de 2016

¿A dónde querés volar? (paisaje interno #8)

Esta noche mi corazón y yo, tenemos una cita íntima. Mi corazón se va a sentar en la silla que quedó vacía y nos vamos a mirar a los ojos. Hace muchos años no nos quedábamos así, a solas.
Estoy observando qué ocurre con mi corazón, veo como recorre el universo todo el tiempo,  veo su espontaneidad de niña, me hace acordar a la infancia. O mejor, me hace acordar a la adolescencia.
¿Puedo mentirle a mi corazón?. ¿Puedo negar a mi corazón?.
Qué honesta fui de niña con mi corazón, ¿pero y ahora?.
Mi corazón y yo tenemos un vínculo con muchos contrastes. Él siente como si le ardiera profundamente, por eso me toca luchar con los adjetivos agresivos que carga mi cabeza.  
¿Puedo disfrutar de la confusión?
Seguramente sí, pero estoy en un momento, donde tengo que apostar a la claridad. Y aunque mi corazón sea dramático, escandaloso, exagerado, melancólico, vagabundo, grotesco y pop, tengo que admitir que siempre tiene la razón.
Mi corazón vive en el paraíso de mi niñez, en mi profundo amor por la libertad, en mi constante necesidad de comprender los misterios de la vida, ésta, que estoy transitando. Por eso, esta noche crucial en la historia que nos contamos mi corazón y yo, necesitamos volver a vernos a solas.
Lo miro desde que se sentó frente a mí, y percibo la piel agitada de tanto viaje y tiempo. Los dos sabemos que estamos frente a una de esas perpendiculares que nos vienen a interrogar en la vida. Sabemos que la cabeza revolotea como un enorme pájaro. Pero esta noche no vinimos a espantarnos de la oscuridad, no vinimos a juzgar, no vinimos a reclamarnos respuestas, ni a lamentarnos de esto, que algunos llaman destino.
Esta noche mi corazón y yo nos sentamos a solas sin escudos, sin armas, ni palabras hirientes. Esta noche vinimos a intentar conocernos mejor.  Esta noche la mente tiene que hacer silencio, mi corazón me va a revelar algunas pistas más, necesito escucharlo bien.
Mi corazón dice que antes de decir cosas, tenemos que recorrer el universo en absoluto silencio. Vamos a salir de la jaula de la cabeza por un momento, “va a estar todo bien” me dice el corazón, la jaula de la cabeza está hecha de límites ajenos, y combinado con los límites que yo misma me construí con discursos desalentadores.
Qué belleza… Puedo admirar el infinito, estoy volando en colores maravillosos, quizá todos nos aferramos a veces al blanco y negro. Mi corazón me aprieta la mano, para que sepa que no me va a soltar y yo sonrío igual que aquella vez, desde el paracaídas con el que me lance al vacío.
“Respira la inmensidad”, dice el corazón, “no te aferres, no te resistas, no te obligues, no hay tiempo, somos un instante como las historias que te gusta contar”, me dice a los gritos mi corazón.
Esta noche mi corazón y yo celebramos un ritual sagrado, estamos encomendados a cumplir nuestra misión.
Estamos atravesando el tiempo y el espacio desde la fluidez, ya no me pesa el cuerpo ni las máscaras, nuestro lugar de encuentro, siempre es en la esencia. Si tratara de atrapar algún momento, si me quedara a vivir en alguna sensación, correría el riesgo de perderme.
El futuro se abre, es un puente que aparece como una sombra de mis pasos al vacío. Yo giro como un trompo entre los edificios de la ciudad.
Finalmente nos detenemos en la estrella de una galaxia. Ahora mi corazón me mira, veo como le brillan los ojos cuando me entrega el pequeño cofrecito de madera. Lo miro bien y es efectivamente ese cofrecito que adoraba de niña. Ahí adentro están las próximas pistas…
No sería extraño, que la relación entre mi corazón y yo se vuelva más cercana. Evidentemente, tenemos mucho que hablar.
Un 8 de junio de algún 2016.

Maga. 


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