lunes, 13 de junio de 2016

Un Planeta llamado Película

Tal cual lo indica su nombre, el Planeta Película es la auténtica tierra natal de los novelistas. Allí, los escritores más errantes del arte, naufragan por sus creaciones. Sin necesidad de contratar actores, escenografías, ni filmadoras, sus novelas cobran vida en un cine de tres dimensiones.
Acuarela, lápiz y fibra negra. 

Fausto era uno de los fundadores del Planeta Película, y hace años recorría cada pequeño poblado para conocer las obras de sus vecinos. Cada novela se desarrollaba en una pequeña isla, y así, como los asteroides del Principito, se diferenciaban los mundos que coexistían en el planeta.
Filomena era actriz, y había sido echada del Planeta de Hierro. Resulta que su sangre estaba siempre a elevada temperatura, lo que generaba el movimiento continuo del territorio metálico. Los congresales del Planeta de Hierro decidieron enviar a Filomena al Planeta Película. “Es actriz”, dijeron “ahí estará mejor que aquí”.  

Fausto pretendía marcharse aquella mañana, había pasado la noche en la isla “del otoño más largo de la historia”. Esa Isla fue el escenario de la novela que llevaba el nombre homónimo. Un relato grumoso, lleno de lugares comunes, pero con una trama de amor, de esas que te atrapan hasta el final. El decorado era bastante cursi y las tomas dramáticas siempre estaban encuadradas con poca profundidad de campo que desenfocaba el otoño. Pasar la noche ahí, era una oportunidad para pedirse una copa de vino en el bar del Hotel y soñar con la música que salía de la radio de trasnoche.

Filomena llegó con la lluvia que impidió la partida de Fausto. Esa mañana en el muelle, todo estaba cubierto de colores fundidos y opacos, entonces ella se ató fuerte el sombrero blanco para bajar del velero.  

“¡No volveremos a salir por hoy!”, gritó el Capitán. Filomena pidió paso para cruzar el pequeño puente y Fausto sin mirarla replicó al capitán, “¡imposible, tengo que irme hoy mismo a la siguiente narración!”. El capitán vio venir la tormenta y ordenó “¡No va a poder ser Don Fausto!, éste día tendrá que narrar desde acá”, cruzó por adelante y agregó “pero no se amargue hombre, que esta tormenta la ha traído usted mismo”.

Filomena se adentró en el escenario fabuloso que habían montado para la novela “del otoño más largo de la historia”. Sonrió a pesar de estar empapándose y caminó mirando las terrazas de los edificios simplones, pensando que podía interpretar a cualquier tipo de protagonista en ese universo.

Fausto volvía malhumorado del muelle cuando al cruzar la plaza central, vio a la muchacha con el vestido dorado y los zapatos rojos, empapándose con los brazos extendidos al cielo. “Pero por favor”, pensó Fausto, “que escritora de tan mal gusto, representando una escena como si ella misma fuese su personaje”.

Esto lo sabe la mayoría de la gente, pero como siempre hay algún despistado, recordamos que en el Planeta Película, es realmente de baja categoría buscar un parecido con los personajes. Era evidente el daño que causaba a la historia, que los escritores quisieran sentir como sus creaciones.

“Disculpe señorita”, dijo Fausto irritado por la ruptura de la norma. Filomena giró sobre su eje y lo miró a los ojos mientras su amplio sombrero blanco, parecía un paraguas sobre la cabeza. “¿Se puede saber de qué se trata la historia que está narrando?”.

“¿Narrando?”, y la lluvia los estaba empezando a dejar fríos, “yo soy actriz, no narro nada, yo interpreto”. Fausto gritó, “¡¿Una actriz?!”, y desesperado, “¡¿Cómo puede ser que la hayan dejado ingresar?!”.

Filomena pensó que el muchacho de piloto marrón la iba a expulsar de aquella ciudad de sus sueños, así que empezó a correr. Fausto tardó en reaccionar y la siguió por la avenida cuesta abajo que se abría en el boulevard. La lluvia para entonces, empezaba a ser más pequeña.

Fausto creyó ver como entraba a un colegio primario y la siguió. Los niños como un maremoto, marearon al escritor exhausto. Filomena logró escapar.

Hacía tiempo que el gran creador de fenómenos fantasiosos, se había resignado a explicar los mundos desde las fórmulas tradicionales. Luego de horas recorriendo cada esquina del pueblo, Fausto empezó a pensar que quizá la muchacha era solamente una proyección de su cerebro, un nuevo personaje que aún no tenía todas las dimensiones necesarias.

Volvía al Hotel de siempre, cuando la vio en una feria americana probándose lentes. Se quedó quieto y decidió ocultarse detrás del puesto de diarios, su cuerpo seguía húmedo debajo del piloto y ella se había puesto una remera blanca y un jeans clarito que evidentemente compró por pocas monedas en ese mismo lugar.

De lejos se la veía sonreír y hacer muecas frente al enorme espejo. Ella estaba jugando igual que si fuesen disfraces. Sin hacer ruido ni parecer sospechoso, se ubicó cerca de la puerta y esperó a que saliera. “Señorita, disculpe, no se asuste”, dijo en voz baja cuando la vio cruzar el umbral. Filomena  volvió a intentar huir pero él le cerró el paso y le rogó que no saliera corriendo otra vez.
“¿Me va a echar de su planeta?”, preguntó ella angustiada. “Este no es un sitio para las actrices, nosotros tenemos nuestras propias creaciones señorita”, soltó él con frialdad.

“Si sus dramas son solo figuritas, nunca va a comprender el verdadero goce de una historia”, sumó ella con tono venenoso.

“El goce de escribir la historia, es conducir una nave que nos lleva a un destino premeditado”, se defendió él.

“Eso es lo más absurdo que escuche en mi vida”, se quejó la interprete, “ninguna historia que valga la pena, tiene una sola posibilidad de desenlace”.

“No necesito que una simple actriz quiera juzgar mi profesión. Señorita, cuando usted lee los guiones que interpreta, ¿no ha notado la estructura?. Los elementos están puestos en función del correcto desenlace, casi es una fórmula matemática”.

“¿Cuándo fue la última vez que escribió una historia que lo motivara realmente?”, preguntó ella sin permiso de indagar.

Fausto frunció las cejas, dejó caer los parpados, se mordió un poco los labios y dijo que se le hacía tarde, que no podía seguir perdiendo el tiempo con una simple actriz. “¡Quédese si quiere!”, rezongó antes de darse media vuelta y agregó estando de espaldas, “lo único que le pido es que por favor se mantenga lejos de mis narraciones”.  

***

¿Continuará?…

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