jueves, 22 de diciembre de 2016

Soñar en el Cañón del Sumidero (crónica de viaje)

Ana Julia sonríe, cuando despertamos temprano para prepararnos para ir al Cañón del Sumidero llovía y hacía frío, así que pensamos que no podríamos ir. Dormimos un poco más, o bueno, ella durmió un poco más y yo me quedé pensando en todo, haciendo esos procesos duros de la mente por intentar crear respuestas a preguntas nunca bien formuladas.

El día se puso maravilloso y la combi de la excursión nos buscó en la puerta del hostal a las 9 am, una hora después estábamos en una lancha llena de turistas mexicanos. “¿De dónde nos visitan?”, dijo el guía, “de Brasil”, dijo Ana Julia, “de Argentina”, me sume.
La travesía por agua está a 5 km de Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas, dentro del municipio de Chiapa de Corzo. Las aguas del río Grijalva, que atraviesa los estados de Chiapas, Tabasco y desemboca en el golfo de México, están rodeadas de una vegetación brillante en la que viven diversas especies animales.
La inmensidad se abrió frente a los diminutos seres humanos que somos y vimos cocodrilos tomando sol sobre las piedras, monos araña saltando entre las ramas de los árboles que crecen en las alturas, aves de distintas especies. Todo el paisaje respirando naturaleza.
“A ésta, la llaman la Isla de los Buitres, ellos comen los cuerpos de los animales muertos y si no encuentran carroña elijen al más débil de la manada, lo golpean hasta que muere y entonces se lo comen”, explicó el guía y nos horrorizamos, “y lo mismo con los turistas caídos del bote”, agregó generando la risa de todos.
En una cueva a mitad de camino vimos un altar con la virgencita de Guadalupe, allí llegan las ofrendas y los rezos. Muy cerca una placa conmemorativa recuerda al “Dr. Miguel Álvarez del Toro, Guerrero Incansable de la Naturaleza”. El paseo concluyó frente a un fenómeno vegetal al que llaman “el arbolito de navidad”, por su forma triangular y sus bolados de una planta como musgo.  
Cuando baje la cámara para entregarme al microorganismo que soy en el universo, fui parte absolutamente de esa magnífica presencia de la divina naturaleza. Como una serpiente que cambia la piel sin hacerse daño, el fluido de esas aguas se llevó una nueva capa de piel gastada. Deje las preguntas confusas y las respuestas inacabadas de la mente. México tira de las raíces más profundas, y allí, en un pequeño barquito, observo el acantilado que tiene un kilómetro de alto, con una profundidad de 250 metros. El paisaje-árbol se manifiesta con su inmensidad hacia las aguas más lejanas de la orilla y las piedras más cercanas al sol.

Antes de regresar a San Cristóbal recorremos un poquito de Chiapa de Corzo. “Se llama igual que la calle donde está el Hostal”, dice Ana Julia. “Sí, todo está conectado”, me sorprendo. 










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