La belleza
de la soledad me encandila, siempre rodeada de árboles en grandes parques de
ensueño, relatando las historias más magníficas de la ciudad, narrando cada
retazo de las imágenes que ve y editando cada momento como un video viejo de
los 60’.
La
meditación de la soledad, ese momento maravilloso de pregunta a uno mismo, esa
respuesta que llega con sinceridad para enseñarnos un poquito más de nuestros
laberintos internos, de nuestros deseos más animales, de la verdadera locura
limpia que tenemos adentro, esa que nos hace profundamente especiales, en un
mundo regido por el molde y la amordaza.
Abrazar
la soledad nos permite conocer el camino que queremos seguir, es despertar
afinando el lápiz en el diseño que damos a cada aspecto de nuestras vidas. Y
si, muchas veces es muy dura la soledad, es muy gris, es muy fría, es muy
sacrificada.
Me obsesiona
ese lado más subterráneo de la soledad, un quejumbroso túnel por el que empieza
de pronto a surgir la necesidad del arte. Eso creo, creo que el arte es una
necesidad humana que nos recorre el cuerpo si lo dejamos, que nos ilumina de
forma maravillosa inclusive cuando nadie te entiende, cuando nadie te lee,
cuando nadie te mira, cuando volves a ser un fantasma en la ciudad.
¿Los apasionados
somos solitarios?, yo creo que a veces sí, que la pasión que nos quema a veces
hace que necesitemos resguardarnos para que nadie quiera cortarnos las alas. Es
que la pasión, a muchos les interrumpe la comodidad que guardan con sus moldes,
y ¿sabes que?, está bien!, porque todos merecemos vivir como queramos, en
definitiva digámoslo: la libertad también es un molde, un molde más grandote,
pero un molde al fin.
Y
cuando uno tiene un gran sueño a veces el camino se hace un poco solitario. Yo
y muchos más, somos soñadores, eso es todo de lo que podemos decirnos dueños, somos
dueños de nuestros sueños y de nada más.
¿Habrá
otros solitarios como yo, obsesionados con la soledad así?
Yo creo
que si…
Sí, yo
creo que sí.
EXCELENTEEEEEEEEEE!!!!!!
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