jueves, 16 de junio de 2016

Prohibido decir (paisaje interno #9)

Digo que escribo, que escribo mucho, pero la verdad es que no escribo nada. Porque si yo realmente escribiera, si realmente lo dijera todo de una vez…
Porque “decir” es eso, es “decirlo y listo”.
Y hay cosas que no se pueden decir…
Hay cosas, que de la única manera que se pueden decir, es gritándolas y rompiendo en llanto después. Y eso mismo me pasa, eso de andarme guardando en el saquito todos mis gritos, mi sangre, mis deudas con la infinita palabra de liberación.
Y me la paso enmudeciendo la verdad, porque estoy ahí, en esa conversación, y en la otra, y en la de allá también, ¿me ves? Estoy parada en todos esos lugares obligatorios, pero te diría que nunca estoy frente a nadie realmente.
¿Y te digo más?, esto de estar parada frente a los maniquíes que me desquician el instinto, se vuelve muy agrio con el tiempo. ¿Qué digo agrio?, vacío, efímero, profundamente aburrido, ausente de luz.
Pero ando igual, solamente sintiéndome cómoda detrás de la mirilla de la cámara. Completamente dueña de nada.
Pero soy así desde chica, esto de “no poder decir” es mi cualidad más desarrollada. Te lo puedo contar así, desde acá, ¿ves cómo te muevo las manos y gesticulo con el rostro?. Bueno esto pasa porque estoy en este rincón del mundo, en mi privacidad de fantasma. Esto pasa porque te estoy escribiendo a vos, que justo se te ocurrió pasar por mis palabras anudadas.
Pero la verdad es que no escribo nada. Y si escribo: soy tan torpe, tan atolondrada como en la vida misma, tan ondulante, impaciente, punzante.
No me gusta mirarme cuando escribo, porque siempre es igual, estoy acá adentro de este “momento del decir”, que pierdo completamente el brillo de la conexión con el mundo y me transformo.  
Estoy con los dedos en el teclado, pero después de un rato, da igual lo que haga con las manos. Puedo inclusive sacar los dedos del teclado y seguir escribiendo. Ya se hace natural, ¡por que válgame la verdad!, hace meses, que vivo dentro de mis escritos.
Y escribo tanto, pero la verdadera verdad se me vuelve a esconder adentro del corazón. Por eso a veces cuando escribo, dejo la figura humana y me convierto en animal. De pronto puedo ser un felino, y lucir mi maravilloso pelaje mientras maúllo de a párrafos.
Hay mañanas que escribo convertida en un enorme pájaro, y vieras lo tentadora que es la ventana que tengo, justo frente al teclado.  
Una tarde como hoy, no soy ningún animal.
Esta misma tarde soy una extraterrestre. Vengo de un planeta llamado Miércoles, soy la que se sube a las montañas para encontrar el aire que le robó la ciudad. Mi piel es azul, mis ojos plateados, mi cerne de tiburón, mi instinto de tigre. Sobre el teclado me escondo para que pasen las horas, los días, las preguntas, para que pasen todas las respuestas que me faltan para comprender, en qué nuevo mundo vine a caer.
Por eso estoy diciendo que no digo, porque quizá cuando diga por fin, eso que necesito confesarme, quizá salga del hechizo. Es esa ilusión, que de mi boca no puede salir, la que me sostiene en la otredad.
Después de un tiempo, la fantasía se hace lenguaje, y con esas palabras confieso mi visión. Pero mi lenguaje de fantasía, se enrosca como la serpiente, y acaba en silencio, tragándose todas las cosas, que como veras, no estoy diciendo.
Digo que digo, pero la verdad es que no estoy diciendo nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario