Digo
que escribo, que escribo mucho, pero la verdad es que no escribo nada. Porque
si yo realmente escribiera, si realmente lo dijera todo de una vez…
Porque “decir”
es eso, es “decirlo y listo”.
Y hay
cosas que no se pueden decir…
Hay
cosas, que de la única manera que se pueden decir, es gritándolas y rompiendo
en llanto después. Y eso mismo me pasa, eso de andarme guardando en el saquito
todos mis gritos, mi sangre, mis deudas con la infinita palabra de liberación.
Y me la
paso enmudeciendo la verdad, porque estoy ahí, en esa conversación, y en la
otra, y en la de allá también, ¿me ves? Estoy parada en todos esos lugares
obligatorios, pero te diría que nunca estoy frente a nadie realmente.
¿Y te
digo más?, esto de estar parada frente a los maniquíes que me desquician el
instinto, se vuelve muy agrio con el tiempo. ¿Qué digo agrio?, vacío, efímero,
profundamente aburrido, ausente de luz.
Pero ando igual, solamente sintiéndome cómoda detrás de la mirilla de la cámara.
Completamente dueña de nada.
Pero
soy así desde chica, esto de “no poder decir” es mi cualidad más desarrollada. Te lo puedo contar así, desde acá, ¿ves cómo te muevo las manos y gesticulo
con el rostro?. Bueno esto pasa porque estoy en este rincón del mundo, en mi
privacidad de fantasma. Esto pasa porque te estoy escribiendo a vos, que justo
se te ocurrió pasar por mis palabras anudadas.
Pero la
verdad es que no escribo nada. Y si escribo: soy tan torpe, tan atolondrada
como en la vida misma, tan ondulante, impaciente, punzante.
No me
gusta mirarme cuando escribo, porque siempre es igual, estoy acá adentro de
este “momento del decir”, que pierdo completamente el brillo de la conexión con
el mundo y me transformo.
Estoy
con los dedos en el teclado, pero después de un rato, da igual lo que haga con
las manos. Puedo inclusive sacar los dedos del teclado y seguir escribiendo. Ya
se hace natural, ¡por que válgame la verdad!, hace meses, que vivo dentro de mis
escritos.
Y
escribo tanto, pero la verdadera verdad se me vuelve a esconder adentro del
corazón. Por eso a veces cuando escribo, dejo la figura humana y me convierto
en animal. De pronto puedo ser un felino, y lucir mi maravilloso pelaje
mientras maúllo de a párrafos.
Hay
mañanas que escribo convertida en un enorme pájaro, y vieras lo tentadora que
es la ventana que tengo, justo frente al teclado.
Una
tarde como hoy, no soy ningún animal.
Esta
misma tarde soy una extraterrestre. Vengo de un planeta llamado Miércoles, soy
la que se sube a las montañas para encontrar el aire que le robó la ciudad. Mi
piel es azul, mis ojos plateados, mi cerne de tiburón, mi instinto de tigre.
Sobre el teclado me escondo para que pasen las horas, los días, las preguntas,
para que pasen todas las respuestas que me faltan para comprender, en qué nuevo
mundo vine a caer.
Por eso
estoy diciendo que no digo, porque quizá cuando diga por fin, eso que necesito
confesarme, quizá salga del hechizo. Es esa ilusión, que de mi boca no puede
salir, la que me sostiene en la otredad.
Después
de un tiempo, la fantasía se hace lenguaje, y con esas palabras confieso mi visión. Pero mi lenguaje de fantasía, se enrosca como la serpiente, y acaba en
silencio, tragándose todas las cosas, que como veras, no estoy diciendo.
Digo
que digo, pero la verdad es que no estoy diciendo nada.
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