martes, 17 de mayo de 2016

Galaxia Rosa (cuento)

Psicodelia. La galaxia rosa era un lugar en el que ya había estado en otra vida, o en otra dimensión de ésta misma existencia.

Allí seguramente usé el pelo inflado y aros de plástico, blusas a lunares y polleras por encima del ombligo. Es seguro que ese lugar estaba guardado en mi ADN para que un día sea capaz de volver y transitarlo desde su propio vientre. Por eso no me generó mayor problema caminar por las callecitas de ese pueblo fantasma, teñido de sepia, pero rosa viejo.

Ilustración Ariel Tenorio
Un lugar habitado alguna vez, por un enjambre de mujeres que cultivó sus proyectos de existencia muy lejos de los hombres. Mujeres que fueron capaces de construir inclusive, un ecosistema completo de auto reproducción.

Cuando llegué me sentí tan gris, tan cubierta de pelos, y marcas, y huellas de cicatrices pasadas. Tan cubierta de pecas o manchas, profundamente inflamada por tanto viaje de espacio y tiempo, que por el momento, no soy capaz de describir para que suene realista.

Caminé por un pueblito diseñado para una muñeca de porcelana. Si hubiese sido alguien con miedo de las apariciones, me habría paralizado la sola idea de que alguna niña diabólica salga de las vidrieras repletas de golosinas y peluches. Sin embargo no. En ningún momento tuve miedo, ni hambre, ni sed. Era como una muerta, que camina en un pueblo muerto, pero paradójicamente, sintiéndome más vital que nunca. Alguien capaz de dejarse envolver por el polvo rosa, que como brillantina, había por todas partes.  

Las calles subían y bajaban histéricas, todo el lugar tenía la palpitación de un organismo a punto de menstruar. Así que conociendo los síntomas, me saque los zapatos y caminé descalza por las calles anchas.

Si hubiera sentido hambre seguramente habría tomado alguna de las masas y medialunas que se exhibían en los mostradores de los barcitos abiertos de par en par, como si todavía existiera movimiento humano allí.

Yo no estaba de casualidad, y caminaba como si buscara algo. En las casas a las que me metí sin pedir permiso y solamente empujando un poco las puertas, tomé varios teléfonos antiguos, de esos que había que girar una rueda hasta el número para marcar. Me los puse en las orejas para escuchar el tono, pero con todos pasaba igual. Una música muy psicodélica se escuchaba como tono de espera, y sin dudas se hacía interminable así que terminaba cortando. Todos los teléfonos  muy antiguos, muy conservados y muy rosas. Todo era rosa, absolutamente todo. Era como si fuera blanco y negro, pero el tono era rosa y yo seguía muy gris a pesar de arrastrar la brillantina, que por el sudor se adhería a mi piel.

Y el tono de los teléfonos invadió todo el pueblo, de un momento a otro era una música ambiente, sutil pero penetrante. Por eso me empecé a desesperar, y aun así en ningún momento me cuestioné qué estaba haciendo ahí. De la misma manera que en mil ocasiones naturalizo todo y no me pregunto el porqué de la existencia.

La música se apoderó de mi cuerpo, y todo empezó a girar. Y cuando estaba a punto de vomitar la vi, y súbitamente todo se frenó.
Excepto ella que seguía poseída por la psicodelia rosa de la música. Cuando la vi, literalmente se me frenó el corazón y casi me ahogo cuando se me cortó la respiración.

Ella bailaba con los ojos cerrados. Estiraba los brazos al aire, movía un pelo largo y lacio. Una hermosa cabellera que le rosaba la cola con las puntas. Ella estaba bailando completamente poseída por el sonido y completamente desnuda.

Su piel era un terciopelo anaranjado perfecto. Cada milímetro de su piel brillaba.

Cuando volví a respirar, pude prestar atención a cada detalle de su cuerpo y me detuve sorprendida en su cara.

Ella era yo.

Esa mujer que bailaba frente a mí era yo, pero en un estado puro y libre. Entonces la mire largamente sintiendo que mi cuerpo se diluía. Cuando ya no pude más, cerré los ojos, cedí el peso y entre en un estado de meditación profunda.

Así me vi danzando frente a una imponente orquesta, moviendo las piezas de un ajedrez gigante, arriba de una moto a toda velocidad por las calles rosas del pueblo. Sentí nostalgia y el estómago nauseabundo de tanta libertad. Pensé en gritar y grité.

Me nacieron alas, me nacieron escamas, se me cubrió el cuerpo con un pelaje de león, mi boca se transformó en el pico de un cóndor, me desperece como un oso y corrí llorando hasta saltar al abismo.

Así estuve en el cielo y el subsuelo a la vez, ni adentro ni afuera, donde dar y recibir significaba exactamente el mismo movimiento.
Abrí los ojos y la volví a ver. Ella también me observaba. Se quedó quieta para que me mire detalladamente. Tantos años viviendo conmigo misma y todavía no me había detenido a mirar mi cuerpo con genuina curiosidad y libertad.

La toqué. Primero con una intensa timidez, casi temblando de la impresión. Pero toque todos los rincones de su cuerpo. Éramos completamente iguales, pero ella tenía todas las cicatrices del cuerpo curadas, todas las marcas de la vida estaban cicatrizadas.

Volví a cerrar los ojos y ella abrió dulcemente mis piernas. La música había construido una pesada neblina a nuestro alrededor. Yo respiré profundo y después aullé gemidos desesperados. Grite de placer como si estuviera pariendo, aunque nada había tocado mi cuerpo ni con una pluma.
Ella perdió materia. Yo no la vi porque seguía apretando los ojos y gimiendo desordenadamente. Ella se transformó en neblina rosa y entro a mi cuerpo por mi entrepierna.

El espasmo se hizo cada vez más fuerte mientras ella acomodaba sus brazos en mis brazos, sus piernas en mis piernas, su vientre, su espalda, su cuello, su cabeza y su sexo en mi sexo. Ella se metió entera en mí. Yo me metí entera en mí.

Ilustración Ariel Tenorio
Y como en un film de los años cincuenta, vi mi boca roja y retro, abierta de cara al cielo. Y de mi boca salió un humo rosa que me envolvió todo el cuerpo como una crisálida. Entonces sentí en el propio vientre un desgarro. Desaté la castración a la libertar y al placer de todas las mujeres que tejieron mi árbol genealógico y terminé.

Después de sentir el último espasmo me moví adentro de la cobertura pegajosa y después sólida. Con esfuerzo saqué de la crisálida dos alas blancas que extendí al sol y después de mirar por última vez aquel paisaje de fantasía volé afuera del pueblo. Volé afuera de la galaxia rosa.

Luz Magali Benasulin. Sábado 27 de junio 2015. Publicado por la Revista Sudestada en su edición de Septiembre 2015




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