martes, 5 de abril de 2016

Día 1.

Día 1.



Escribo como una forma de grito estomacal, como un secreto que me cuento a mí misma para ser leído en el futuro, escribo porque siempre fue mi manera tonta de creer que iba a convertirme algún día en una gran novelista, escribo siempre sin esperanza de ser leída y eso hace que me dé cuenta cuanto me gusta escribir, porque realmente no me importa tener más que una sola lectora: yo.
 Soy sumamente solitaria, miedosa de los otros seres humanos, soy una persona sumamente crispada por lo que me ocurre alrededor, porque si fuese por mi arreglaría todo, aunque nunca se bien qué tipo de arreglo puede tener este mundo y entonces ante tanta frustración de heroína que tampoco seré, escribo. Escribo igual que ese grito histérico que le escuche a la niña que soy, anoche cuando trate de meditar, después de no lograr levantarme del colchón en el suelo donde duermo estos días, y agarrar el diario que estoy escribiendo a veces en ésta nueva etapa. Estoy escribiendo un diario íntimo igual que en tantos otros momentos de mi vida por eso mismo que te decía antes, porque no encuentro una mejor manera de llorar sin dañarme la piel de víbora que me cree después de tanta psoriasis, de tanto verano e invierno.
Cuando empiezo a tejer con las letras me suele ocurrir, que de pronto me siento estúpida, o siento que estoy gastando caracteres en algo sin sentido, sin forma, sin arte, sin interés para nadie, y ahí me incluyo a mí misma, sin interés para mí en el futuro. No quiero saber lo mal que escribía a esta edad, no quiero saber las pocas cosas que llegaban a mí de un momento a otro sin poder frenar este estallido interno sin forma que no termina en ciencia ficción, ni surrealismo, ni expresionismo, pornografía o arte figurativo, esto que termina siendo nada más que el parloteo tonto de mi cerebro. Y ésta auto censura, esta mirada fastidiosa sobre “la gran algo” en lo que debería transformarme en el futuro, me corta la inspiración, me empuja para atrás y veo el precipicio, y a mí que me encanta el fatalismo, me entrego a esa situación sórdida que aparece cuando soy yo misma quien se desprecia en la escritura presurosa que es la que más libera.
Escribo porque quiero contar el mundo que veo, ese sin fin de detalles como pixeles que confinados conforman las fotos que no puedo sacar con la cámara, pero sí puedo describir con los dedos en la lapicera o en el teclado.
Ah! Y cómo me gustaba de niña sentarme en esa vieja máquina de escribir y sentirme parte de una tripulación al borde de una gran tragedia al estilo Titanic y entonces escribir cada sensación de semejante aventura.
Escribir es para mí una manera de constatar que sigo viva, que todavía no enloquecí o que felizmente ya vivo dentro de mi locura, es la mejor manera de crear las realidades que nadie podría jamás obsequiarme para mi cumpleaños, es la exagerada manera de ser exagerada sin que nadie pueda, por ningún motivo interrumpirme para decirme “hey Maga, tranquila, frena la moto, es todo más simple, es todo así o asá, no tenes que ser tan complicada, no tenes que, no tenes que, no tenes que”. Y la verdad es que ahora me doy cuenta de por qué escribo. Solo ahora mismo y en estas últimas líneas…
Cuando era niña no lograba llorar sin que me digan que estaba llorando por “una pavada”. El llanto se me pudría en la garganta y ahí me colapsaba todo. Sin embargo, más de una vez me contenía el llanto igual que uno se contiene las ganas de hacer pis hasta llegar al inodoro, y con las lágrimas atoradas en el lagrimal llegaba al lomo de mi perro Rocky, un perro de la calle que era cruza con doberman y que por varios años tubo casi mi tamaño físico. Y con él sí, abrazándole el lomo podía llorar sin reproches, sin consejos inútiles, sin juicios, sin ninguna palabra. La paciencia de mi perro, su aceptación amorosa, es la que siempre encuentro en el papel. Pero no en cualquier papel, sino en esos papeles secretos que me escribo hace años para conocerme, para hablar antes de reprimirme la palabra.

Escribir es el lomo de mi perro Rocky, es los lengüetazos de mi perra Catalina el día que murió mi abuela y a mí no me salía ni una expresión. Escribir no es una terapia simplemente para mí, sino efectivamente es el único puente que me conecta con éste y los otros mundos. ¿Estoy loca?. Sí claro, y esa es la mejor manera de escribir. 


Me propuse ejercitar durante 30 días las consignas que Aniko Villalba propone en #30díasdeescribirme. 

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