viernes, 1 de abril de 2016

Milagros Sala en los ojos de Sebastián Miquel

Viajó hasta Jujuy para disparar sobre Milagros Sala y su obra. Se alquiló un departamento a una cuadra de la sede de la Organización Social Tupac Amaru, se predispuso a recorrer cada pueblo y deshizo su cuerpo para que solo exista el ojo espectador.  “Abia Yala, hijos de la tierra”, es el nombre de la muestra en blanco y negro que resultó de aquella expedición, un documental fotográfico sobre un pueblo brillando desde su origen.

Sebastián Miquel

Sebastián Miquel estudió un año de Derecho, después se cambió a la carrera de Ciencias Políticas, trabaja como profesor de Historia y de Filosofía Política en las Universidades de Buenos Aires y la Matanza, y brilla cuando desenfunda la cámara de fotos. Nació en Villa Mercedes, San Luis, en 1975 y hace varios años vive en Capital Federal. Viajó bastante y desde que era niño, disfruta del ruido que hace la cámara cuando recorta un instante del presente.  
Conciencia sobre lo político, compromiso con la memoria, intuición artística, se conjugan cuando Miquel trabaja para dejar testimonio. “Yo tuve un contacto con el mundo de las ideas, pero ese mundo de las ideas nunca se asemejaba o emparejaba con el mundo real, con la praxis política, y por eso a ese mundo de las ideas le costaba mucho explicar quién era el Che Guevara o quien era José de San Martin. Una cosa es un plan de liberación, las necesidades fácticas de que un país se libere y otra cosa es quiénes liberan a esos países, porqué los liberan, qué sentimientos hay en juego, qué pasado tienen”, dice.

¿Se puede explicar quién es Milagros Sala?

“Ya la conocía a Milagros”, dice que fue en Buenos Aires un tiempo atrás, “y diferentes personas me habían contado lo que hacía la Tupac, lo fantástico que era que eso suceda en Argentina, y más en Jujuy, una provincia que Menem la había caratulado de ‘provincia inviable’, con uno de los índices más altos de desocupación, hambruna, desnutrición, con elementos muy fuertes de pobreza”, cuenta Sebastián con su forma pausada, “y que eso suceda en una provincia que se estaba levantando me parecía un dato interesante. Además con un contenido indigenista muy grande, donde se percibía una dignidad indígena renovada, algo similar a lo que pasaba en Bolivia con Evo, se respiraba eso, una manera de organización que estaba ligada a un matriarcado, que tiene que ver con la cultura Coya”.
Existen los telescopios para mirar el universo, existen los microscopios para observar las partículas más diminutas, y existen las cámaras de fotos para contar la historia desde diferentes ópticas. “Llegué a la Tupac a partir de un fuerte ataque que le hace la prensa dominante argentina y dos o tres senadores y diputados opositores. Me pareció que eran acusaciones sumamente injustas y alocadas, decían que eran parte de grupos terroristas, guerrilleros, parte del narcotráfico, etc, etc. Pensé que un aporte que podía hacer era ir, documentar eso fotográficamente y ahí fui, simplemente”.


Para el fotógrafo que vistió su estudio con imágenes latinoamericanas, una wiphala que sobresale de la biblioteca y varios cuadros con retratos en blanco y negro, resulta natural que su camino lo lleve a contradecir el discurso hegemónico desde el pulso de su ojo contestatario. “Me pareció que podía hacer algo, estas son cosas que a uno lo exceden, son cosas muy grandes, muy amplias, pero los esfuerzos militantes son así, son pequeñas cosas que uno va sumando”. Sebastián dice que la cercanía con ese pueblo “no es algo complicado, o en este caso no fue algo complicado, ellos también percibieron naturalmente que iba con buena voluntad”, y agrega que “son personas muy bellas, obviamente de trabajo, de orígenes extremadamente humildes, con mucho sentido del humor, con mucha alegría en el hacer. Estaban pudiendo levantar barrios y colegios para su propia gente, para ellos, y eso genera un orgullo muy especial”.
Su técnica fue aprender sin juzgar, participar sin irrumpir, “simplemente fui muy abierto a mirar y a empaparme de lo que estaba ocurriendo, salió naturalmente, no hay un método para eso, y lo hice con mucho respeto, sin pretender movilizarlos, no hay fotos armadas, ni poses, pero claramente desde la propia subjetividad”.
Un fotógrafo es hijo de su época
Tres disparos lo llevaron al hospital durante la movilización que exigió la renuncia del Presidente que se escapó como una rata con alas en el 2001. “Sentí muchísima furia, yo había trabajado, pensado, escrito, y de alguna manera militado para que el neoliberalismo se vaya del país. Ese día me parecía que había que estar en la calle para que ese modelo que había traído tanto dolor al país, que tenía tanto que ver con lo que yo no quiero ser, y no espero de la sociedad, termine”, rememora Miquel, “uno ahí estaba pensando en ser parte de algo mucho más grande, era una sociedad diciéndole a un gobierno que se vaya”. Por momentos tirando piedras, luego sacando fotos, participó de aquel agujero ciego creado a partir de la perversa teoría del derrame.
En el brazo se tatuó un pañuelo, clásico logo de la lucha sostenida por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo hace cuarenta años. “Un fotógrafo, un periodista, o un escritor, también es hijo de su época, y esa época fue la que a muchos nos puso en algún lugar de compromiso, inevitablemente”.

Su gato se llama Néstor

“En estos 12 años me pasó lo que quizá le pasó a muchísimos. Una fuerza política y una parte importante de la sociedad, eligió hacer otra cosa y esa otra cosa que eligió hacer, mucho tenía que ver con las ideas que había pregonado desde los veinte años. La idea de un país más autónomo, más soberano, con un montón de defectos, problemas, y con un montón de desafíos pendientes… Pero poder decirle a Bush “NO”, y operar con políticos de la región y Chávez, Lula, y todo lo que fue ocurriendo durante los años del kirchnerismo”, acentúa Miquel, “y sobre todo los enemigos del kirchnerismo, hicieron que yo después a mi gato le ponga Néstor. Creo que me define más como ser político los enemigos que los amigos. Y los enemigos del kirchnerismo son históricamente mis enemigos”.
La histérica historia Argentina dio un nuevo giro. Los derechos se derrumban como un castillo de naipes, Milagros Salas es apresada de forma impune por reclamar ante las autoridades locales de su provincia, el nuevo modelo económico ensombrece la vida de los más humildes.  
“Nunca grité el ‘que se vayan todos’, como ahora no grito ‘vamos a volver’, pero quizá por una comprensión de lo político de que es mucho más complejo que eso. El ‘vamos a volver’ hoy lo critico porque me parece que hay una nueva realidad y no hay que volver, hay que proponer otra cosa, nueva, superadora, hay que ir por más, no volver”, reflexiona Sebastián, quien cotidianamente está alerta de los nuevos sucesos políticos.

Mirar la vida no es tarea fácil para los seres imperfectos y limitados que somos los seres humanos. Por eso cuando un fotógrafo salta por encima de la imagen frívola, cuando enfrenta los temores que impone el sistema desigual en el que nos toca desarrollarnos, algo se transforma. Los ojos profundos de cada uno de sus retratados, el alma que viaja en cada imagen, devuelven algo de dignidad a esos ignotos que los grandes medios sepultan en sus crónicas. Sebastián Miquel mira al niño que fue y le dice “bien pibe, lograste no traicionarte, lograste seguir siendo fiel a tu mirada”. 

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