domingo, 8 de mayo de 2016

Ser de trapo (cuento)

El sueño de los locos, la paz de las cárceles, la belleza de los cementerios, la felicidad de los hospitales, la esperanza de los marginados, las imágenes de los ciegos y las melodías para los sordos, la nueva oportunidad del suicida, el placer de las prostitutas, la sabiduría de los depresivos, los sentimientos del asesino, la paciencia del maniático, la sencillez del codicioso, el vuelo de fuego de la mariposa que decora el verde ésta mañana.
instantánea con celular 1
Tironean de tu carne en todos los sentidos, sos poco menos que un muñeco de trapo que luego naufraga por un río a punto de secarse. En la orilla te quedas a descansar sin proponértelo y tus ojos sin opción, miran a Dios.
Te hicieron con tela de la India y algodón latinoamericano, pero los hilos fueron comprados azarosamente en Italia y la etiqueta fue cocida en algún momento por los yanquis.
¿Para qué resistirse ahora que los afluentes del agua marcaron tu destino?. Porque la niña que te amo brevemente en Francia, te dejó en manos de una coleccionista alemana que se irritó después al notar que tus ojos no brillaban en la oscuridad. ¿Para qué resistirse ahora que todas las fotos que te sacaron aquella noche reposan en un cajón que nadie más volvió a visitar?.
Algunas veces estuviste en la boca de la bestia negra, y una anciana con olor a yerba mate en los labios te lavó y volvió a cocer, ahí donde la tela se había rasgado. Aquella mujer supo de tu belleza más allá de tanto maltrato. Y un hombre calvo te arrancó de la repisa de la anciana, por eso terminaste en el cuarto de una prostituta de diecinueve años que lo atendía los miércoles en el momento del almuerzo.
El mundo no pide disculpas pequeño hombre de trapo, apenas podemos llegar a entender con paciencia la ira de la pobre mujercita, que asqueada de su cliente te arrojó con desprecio a la basura, ni bien el tipo cruzó la puerta.
Así te encontró el loco, hurgando entre la basura y los escombros. Un hombre muy petiso y narigón que se sentía hermoso cuando lograba colocarse algo en la cabeza que se pareciera a una boina de pintor. Viviste así un tiempo, entre las cajitas de vino que se amontonaban sobre las migajas de pan viejo que solo servían para juntar moscas. Disfrutando por momentos de la lamida del perro manso que también hacía compañía al loco.
Una noche de tormenta la desdicha barrió con violencia el mísero ranchito que tenía el loco bajo la autopista. Nadaron por la alcantarilla sus latas viejas, las cajitas de cartón, el pan hinchado, el colchoncito de goma espuma, los cinco pesos que le obsequió un estudiante de filosofía y vos viajero de harapos.
La correntada fuerte te llevó al desagüe y la energía del agua te alejó de la podredumbre del río en descomposición. Libre de dolor, libre de sueños, libre de ilusión, fuiste arrastrado por la marea en lo alto de la superficie como una canoa de madera balsa. ¿Qué más podría esperar un pequeño hombre de trapo?, si apenas podría decirse que el deseo modesto pasaba por no desaparecer simplemente en las aguas dulces del río.
El gorrión que te picó el pecho cuando te confundió con carroña pero se disculpó después, te dijo que arrojes tu pena en ese mismo río. Así fue como vos, que nunca cuestionaste tu suerte, aceptaste la propuesta y tu dolor dio giros en los remolinos de la correntada para desaparecer después.
La enorme sensación de paz te dejó cansado, por eso cerraste los ojos y te quedaste dormido, por eso no pudiste notar la orilla hasta que chocó en tu espalda, por eso sin opción pero con profunda paz, miraste de frente a Dios.
instantánea con celular 2 
Pero en tu vida todo fue tan natural, que inclusive no te asustaste cuando tu pecho empezó a elevarse, a inflarse y desinflarse como un globo en la boca de un niño. ¿Quién podría imaginarse que ese ruido de tambor haciendo pulso era tu corazón?.
Por fin sentiste el calor del sol cuando acarició tus hilos blancos, una piel de vainilla antes del azúcar. Los ojos encandilados hicieron foco en la arena y más allá de los árboles, muy lejos en el borde del río, tus ojos alcanzaron a una muñeca, que tendida frente al agua se refregaba las pestanas con las manos.
La curiosidad pudo darte el valor que la vida requiere. Por eso, una vez más sin razonarlo, te levantaste para caminar hasta ella. Así, de cara al sol, frente a Dios y a orillas del fin del mundo le extendiste la mano, y en silencio sin soltarse dieron los primeros pasos humanos. 




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