sábado, 3 de septiembre de 2016

Viajar al universo propio (paisaje interno #34)


Dos perros ladran desde el portón, una brisa de calor mueve la copa de los árboles, a ésta hora no se recomienda caminar descalzo en la calle principal, ya no quedan trozos de queso, manzanas, ni azúcar. El mundo parece distinto, aunque sabemos que está igual que siempre.
Acuarela 

Cuando muevas las aguas internas observa hacia dónde comienza el nuevo flujo de creación. No hay caos que no conozcas desde antes en vos. Son esos espejismos viejos los que te causan temor, pero la aventura también es una disciplina que necesita tu quietud.
Afuera y adentro no siempre son la misma cosa. Pero definitivamente para viajar afuera, primero hay que viajar adentro.
¿De qué hablo?. Vos lo sabes bien. Viajar por el universo no es tomarse un cohete espacial, ni anestesiarse los sentidos con veneno, ni cambiar todos los adornos del rostro para bailar en la disco del pueblo.
Viajar por el universo es poner pausa, decir con el corazón saltando entre los dedos: ¿y ahora qué?, y que no haya respuesta.
Por eso mejor no imaginar nada. Mejor no hacer nada. Mejor dejar que ocurra. Mejor que el tiempo sea solo eso, tiempo.
¿De qué hablo?. Vos lo sabes bien.
Hablo de que cuando te arranques los viejos pedazos como la cáscara de una mandarina, y te quedes en carne viva, y cicatrices al sol, y comiences a nadar en ese río que será siempre el indicado. Esa idea, de la cual todavía no tenes idea ahora, nacerá para sorprenderte.

Entonces, pero solo después de quedarte quieta, comenzará el viaje hacia afuera. 

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