"Verano. Encontré diez pesos en la vereda y
esa misma tarde también tuve la suerte de enamorarme de un fabricante de
barriletes en la Plaza Central. Así volé por primera vez, aferrada a la cintura
de mi artesano aéreo, sobre una de sus creaciones.
La siesta era sagrada para todos excepto para
nosotros, que saltábamos el muro y caminábamos por las callecitas laterales de
su barrio, donde nos besábamos de manera exagerada sin que nadie pueda
juzgarnos.
Acuarela |
Las pelirrojas de la cuadras estaban
perdidamente enamoradas de él. Eso no me sorprendía en absoluto, ya que
cualquier ser vivo quedaba hipnotizado por los cristales canela que llevaba por
ojos. A mí me daban unos celos terribles cuando lo rodeaban para pedirle tereré
o consejos sobre lectura astrológica. Ponía una cara de pescado insoportable
pero él me amaba tanto que se reía y me levantaba la pollera tableada para que
se me pase el enojo.
Una
vez nos escapamos a una ciudad cercana. Necesitábamos caminar de la mano lejos
de las pelirrojas y de la directora agreta, que siempre nos terminaba
interrogando cuando nos encontraba en el patio trasero de la escuela.
Esa vez llovió a cantaros y el único barrilete
que llevamos para jugar se partió en dos. Tuve miedo de que eso nos represente
un mal pronóstico, pero mi enamorado tenía poderes de otra galaxia y disfrutó
de mi expresión de sorpresa, cuando unió las varillas como un mago.
Antes de que el cielo se tiña de violeta, él
me propuso dormir en la costa del río Paraná. Teníamos 14 y 15 años así que el
mundo era nuestro y dije que sí. Acostados en la arena, sentí todos los colores
que le puso al dibujo que hizo con sus dedos sobre mi escote. En los albores de
la vida conseguimos subir al puente que unía éste planeta con la luna y de
manera brillante nos escribimos un buen pedazo de eternidad entre las piernas.
El inventor de naves voladoras me presentó a
los más estremecedores escritores de la literatura universal, llenó su pequeña
habitación con canciones de Silvio Rodríguez que yo entendí años después, me
dejó jugar con sus rulos cuando se dormía mirando una película y nunca
cuestionó mi insistencia de quedarnos hasta las cinco de la mañana para atrapar
el amanecer.
Recorrimos el espacio en bicicleta y en un
concierto de boleros nos apretamos los enredados dedos de las manos para
pedirnos que esa historia nos dure para siempre. Pero en alguno de esos
malditos momentos del final de las historias, nos perdimos en la multitud
mundial.
Hace poco volví a ver un barrilete azul y me
aferre a la cuerda de serpentina. Antes de que vuelva a comenzar el carnaval de
aquel año, quizá pueda abrazarlo en un recuerdo más", rememoró la mujer de alas verdes.
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