No me
dijo su nombre, ni su edad, ni dónde ocurrió todo aquello, pero la mujer de
alas verdes, ésta tarde me contó algunas cosas sobre su vida y su metamorfosis.
Dice
que no conoció a papa Noel y cada navidad en su aldea se hacía una fiesta
enorme a la que no podía ir. Sus cuidadores eran de una extraña religión, estaban
convencidos de que los festejos pertenecían al demonio. El pueblo estallaba en
risas y ella espiaba por la ventana los fuegos artificiales que cubrían el
cielo, como un espejo de la felicidad que experimentaban sus vecinos.
Ella se
escapó justamente un día antes de navidad, de algún año. Armó su pequeña valija
con casi nada, solamente guardó la palabra “poesía” y trepó la reja. Corrió tan
fuerte como pudo hasta el río y cruzó la selva a remo. Convenció a un pájaro
gordo de cruzarla al otro lado de su país y se cambió el nombre por primera
vez.
Acuarela |
Dice
que llegó a una enorme ciudad plagada de serpientes, conejos, ranas, príncipes falsos,
cortesanas pelirrojas y hoteles de mala muerte en cada cuadra. Era el lugar
perfecto para confundirse con el paisaje. Nadie puede mirar a una niña como era
ella, en un poblado tan vertiginoso.
Vivió
un tiempo sintiendo que sus cuidadores podían estar vigilándola, hasta que un
día conoció a la hechicera Aurea y en una conversación ceremonial, descubrió
que por mucho que la buscaran no podrían encontrarla. Aurea le dijo algo así: “tranquila,
el tiempo que ya llevas viviendo acá te transformó, no pueden encontrarte
porque vos dejaste de ser aquella que escapó”. La mujer de alas verdes no pudo
entender en aquel momento que esa enseñanza, era el primer peldaño de un enorme
puente que comenzaba a cruzar.
Acuarela |
Una
noche se animó a ingresar a una fiesta. Era verano y entonces eligió el único
vestido elegante que le consiguió Aurea. Se paró frente al espejo, se estiró
con un peine el desprolijo cabello hasta los hombros y dobló la cintura como
una muñeca para espiar su espalda. Ella no me lo dijo, pero yo me la imagino
preciosa.
En la
fiesta giró entre los cientos de seres que hablaban, comían, bailaban y se
rosaban. Una pelirroja que todavía no era cortesana le ofreció vino, un conejo
dijo conocer al mismísimo conejo de Alicia en el País de las Maravillas. “Ese
miserable fue novio de mi prima”, dijo el conejo que fumaba más que el
escuerzo, “la dejó con miles de crías y corrió sin parar atrás de Alicia,
hicieron la obra en todos los pueblos del continente y se llenaron de plata los
desgraciados”.
Cuando
se libró del oscuro conejo rezongón y de la pelirroja que se transformaba en alcohólica,
apareció un falso príncipe. “¡Encontré a la princesa!”, gritó el apuesto
muchacho, “¿puedo pedirte que me dejes ser el dueño de tu corazón?”. Ella se
vio rodeada de una neblina turquesa y la tentación de entregarse desde lo más
profundo le corrió por las venas como un veneno. No se acuerda bien como le
dijo que “sí”, pero dice que jamás se va a borrar de la mente el momento en que
el muchacho, sacó de la boca una lengua bípeda que comenzó a rodearla como un
enorme gusano.
¿Ella
gritó horrorizada?, no. Dice que cuando se dio cuenta de que estaba a punto de
ser tragada, inventó una estrategia de escape. Una vez escuchó la historia
sobre el canto de las sirenas. Entonces la mujer de alas verdes habrá cantado
de manera aguda hasta que la pesada lengua de ese ser, cayó al suelo como un
enorme miembro asustado.
Acuarela |
Una vez
más necesitó escapar de aquella jaula. Por eso subió a la terraza y se robó el
avioncito de papel. Voló durante toda la noche sobre el inmenso océano. Cerca
del amanecer vio la pequeña isla de Acuarela. La punta del avión se clavó en la
arena y ella entró desnuda en aquel recinto del mundo completamente anónimo.
Igual
que un animal que sabe que va a morir, se deslizó por el tronco de un árbol y
se cubrió con la crisálida violeta que brotó de su corazón.
Respiró.
Escuchando
los cantos vegetales de la selva esperó allí dentro durante todo el invierno.
Despertó
dentro del fuego del sol, su vieja piel quedó colgando de la rama como un viejo
disfraz.
Como si
siempre hubiera sabido su naturaleza, observó con amor las enormes alas verdes
que le crecieron en la espalda.
Me dijo
que cada vez que una tristeza del mundo la toma por asalto, ella junta fuerzas
recordado aquel instante. Como una experta agitó sus extremidades voladoras y
saltó al vacío. Cuando miró hacia todos lados en el aire estelar, lloró de
emoción. Estaba empezando a recorrer el universo.
9 de
agosto de 2016.
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