miércoles, 13 de enero de 2016

La palabra de una abuela Coya

Alicia, una abuela Coya de los Cerros

Me despierto en San Carlos. El camino de Salta está vestido de cerros y pequeños parajes que son pueblitos de pocas familias.
Con el colectivo a medio llenar, pude ocupar dos asientos para reposar después de las pocas horas de sueño de la noche anterior, pero cuando van a subir más pasajeros me reincorporo y sedo el lugar del acompañante. A mi lado se sienta entonces Alicia Nélida Ibarra, de 79 años, que en primer lugar me consulta si puede ubicarse ahí y después saluda alegre a los muchachos que la despiden desde la ventana. “Mis nietos”, dice orgullosa, “a todos lados me acompañan”. En los asientos contiguos ocupan lugar también tres de sus hijas y dos nietas.
La abuela Alicia 
Le sonrío, el colectivo arranca y ella agrega “40 nietos mijita”. ¿40 nietos?, la remedo en forma de pregunta. “Si, dos hijos varones, siete hijas mujeres y 40 nietos”.
De un momento a otro ya estamos hablando de la vida, ella me nombra el lugar donde se tiene que bajar “Payugastilla” y algo me comenta sobre la época en que la mayoría de las familias vivían de forma autosustentable en medio del cerro, cosechando los alimentos y criando animales.
“La casa misma era como un almacén, no existía esto de que sea todo comprado, por eso para nosotros siempre es tan importante la tierra, de ahí se sacan los alimentos, y si no tenes trabajo la propia naturaleza te da todo”, dice.
En pocos minutos ya decido sacar el grabador de la mochila y ella accede a que nuestra charla se convierta en esta crónica. Cuando comienzo a grabar, nuestra conversación continúa de manera natural, mientras de tanto en tanto miramos el paisaje de la ventana.
“La vida nos enseña muchas cosas, mayormente en el campo, uno aprende a hacer de todo, ha hacer como peón, como doméstica, todo se hace en la casa”.
Todos los nietos se crían cerca de los abuelos, “esa reunión enseña a conocerse, a hacerse de más amistades, a ser más unidos, inclusive también es bueno para los padres”. ¿De qué suele hablar con los nietos?, quiero saber. “Les contamos cómo se han criado sus padres, que hacían, después uno les aconseja que estudien, la cosa tiene que ir cambiando”, y agrega que hace poco tiempo sus hijos que se jubilaron están volviendo al pueblo, por eso siente que todas las enseñanzas y esas charlas van a continuar, “no se va a perder, no se va a olvidar la atención a la tierra, por intermedio de los padres van a volver a conocer, ya serán los nietos de mis hijos”, acentúa, “mira lo que es la vida ¿no?, y así sigue la costumbre, la cultura”.
El modo de subsistencia hasta el día de hoy, es sumamente diferente al que conocemos en forma industrial, “la alimentación, que no es todo comprado, que viene de la misma naturaleza, hecho por las manos, comidas criollas, sanas, nada artificial, como son los productos que uno saca de la tierra, haces dulce o disecado, y así las conservas”. Alicia sostiene que algo de esas costumbres ya no son como en su época porque ahora prefieren comprar todo y no saben cómo producirlo por los propios medios. “Todo eso que nos han enseñado, hemos ido volcando a mis hijos y a mis nietos. Si no saben para qué sirve esta verdura, esta fruta, la tiran, no conocen, eso pasa mucho porque no le enseñan a los chicos como pueden aprovechar, como pueden hacer durar las cosas”.

La atención médica a lomo de mula
En medio de los cerros hay pueblos agricultores 
“Yo he trabajado treintaicinco años en salud, en APS (Atención Primaria de la Salud), he sido la primera agente de salud aquí en San Carlos, en el año 1978. He trabajado para los cerros aquellos”, y me señala una ruta donde solo veo una pequeña franja de árboles y la inmensidad de las montañas. “Para toda esa gente que ha pasado por mis manos, yo no soy ajena, yo soy “la abuelita”, “la tía”, “la mami”, así que tengo familia a granel, ellos mismos se hacen pertenecer y yo no estoy para decir “hijitos ustedes no son mi familia”, al contrario, yo los recojo para aconsejarlos, lo bueno, lo malo, y que no se pierdan, porque yo en la ciudad veo niños perdidos, a mi me duele un montón ver los chicos así, tan tirados, es una lástima”. Los ojos le brillan por alguna imágen que se le viene a la memoria y deduzco que cuando dice “la ciudad”, se refiere  Salta, por eso también observo de manera fugaz mi propia imagen mental de Buenos Aires, donde cientos de niños vagabundean y mas de 18 mil personas viven en situación de calle. “Necesitan criarse como quien dice, una planta derechita. La misma planta si dobladita crece, luego no sirve ni para vara, ni para poste, ni para nada, no sirve, y lo mismo el ser humano, si se ha criado chueco, ladrón, peleador, no sirve y es una lástima, porque es una vida igual que uno”.
Los diarios del mundo nos muestran un ser humano sumamente individualista, violento, corrosivo para sí mismo y para su sociedad, por eso quedan perdidas las historias humanas, igual que estos pueblos en medio del cerro, donde todavía existen otros valores. “Tengo una autorización mía, para con todo los niños que he trabajado. Yo le hablo directamente como un familiar, para que ellos analicen lo bueno, lo malo. Ahora mi hija más chica ha quedado en mi lugar, ella trabaja en salud y hace las mismas actividades que hacía con los chicos”, expresa orgullosa. “Es lindo, o será que a mi me gustaba mi trabajo. Para mi APS es una gran cosa, uno se familiariza con la familia, acompaña a la madre soltera para saber cómo cuidar su hijo, y le enseña al mismo hijo lo que es bueno y lo que es malo. El agente sanitario es el primer contacto con las enfermedades, con los problemas de la familia. Es domiciliario, uno va a la casa y ve todos los problemas de la familia. Si el niño está desnutrido se lo anota para pesarlo y cuidarlo, ese niño necesita leche. Si son vacunas, se lleva el registro de vacunas, desde el embarazo hasta la edad que corresponde y así se evita la muerte por desnutrición”.
¿Cómo hacían con las distancias tan largas?, le consulto. “En la época mía lo hacíamos a lomo de mula, ese era mi transporte, porque para los cerros son senditas, una casa está por allá y la otra está al otro lado del cerro, no están juntas, y así hay que andar mucho para llegar a la otra familia, esa es la única dificultad que hay”. ¿Y cómo se enteraban que una persona necesitaba atención?, repregunto. “Porque uno hacía la derivación, por ejemplo yo trabajaba todo esto”, me dice apuntando el territorio montañoso que vemos a un costado.
En muchas oportunidades también le tocó ser partera, describió el proceso de contar cuatro dedos para anudar correctamente el cordón umbilical y atendía a las parturientas en la montaña. “¿Ves esa chica?”, me dice apuntando a una muchacha de espaldas que no supera los 15 años, justo cuando se acerca para consultar algo al chofer, “yo la traje al mundo”.
“He andado toda esta franja”, vuelve a decir mirando una ruta repleta de árboles y piedra, “hice mucho camino a pie, pero a lo último me he comprado una moto, y ahí sí”.
¿En moto por el cerro?, me sorprendo. “Ha si, yo embarazada de casi nueve meses andaba en la moto hasta San Carlos, para llevar las planillas, para hacer reuniones”, y su voz transmite una sensación de siesta provinciana, “yo me iba tranquila en la moto, volvía en la moto, y para los cerros a lomo de mula”.

El amor de una vida
pequeño cartel de "Payugastilla"
“Lo que yo admiré muchísimo y nunca me canse de admirar es la compañía de mi marido, con él andábamos en el cerro”. Será que muchas veces nos cuesta pensar que es posible acompañarse de manera natural, por eso se valora una historia de amor sencilla que ocurre, aunque nadie la narre. “El era de Payugastilla y yo era de Angastaco, pueblo medio cercano ¿no?, y bueno, la misma cultura Coya somos, así que muy bien hemos vivido, un matrimonio muy bueno. No ha habido problemas para los hijos, no ha habido maltratos, no han visto malos tratos de la pareja nunca, y así, eso también se enseña mucho a los niños”. Nuevamente sus ojos se transportan a un recuerdo y me permite imaginar los últimos años del matrimonio, ahora rodeados de una enorme familia. “Nosotros hemos cumplido los 50 años de casados y todos los hijos nos han hecho una fiesta, nos han sorprendido, mi esposo pobrecito estaba en silla de ruedas ya, eso ha sido como volverse a casar, porque nos dieron anillos nuevos, la misa, la bendición, ni más ni menos que volverse a comprometer, ahora con todos los hijos y nietos, la iglesia llena”.
La igualdad entre hombres y mujeres
¿Siempre fue así de activa?. “Si claro, yo deduzco que la actividad hace a la salud”.
“Yo siempre fui muy inquieta, mis hijas son iguales, para nosotros la mujer hace lo mismo que el varón y el varón lo mismo que la mujer, mi última hija es electricista, carpinteria, ella me instaló la corriente en casa, así que bueno ellos se encargan de todo ahora”.
La parada es en Payugastilla. Cuando estamos llegando me señala una casa blanca que es el Centro de Salud donde ahora la reemplaza su hija. Muchas gracias Alicia, le digo. “Gracias a vos mija, y ya sabes que acá tenes familia”. Cuando llega a destino, efectivamente la esta esperando una de sus nietas más pequeñas, junto a los que supongo que serán otros hijos.
El colectivo vuelve a tomar la ruta, entonces me pierdo en la imágen del camino, pensando en esas otras maneras de habitar el mundo.  
Alicia cuando se bajó del colectivo


1 comentario:

  1. Bella Crónica, muchas gracias, soy Emilia Martearena, nuera de Alicia y verdaderamente la escuché contar tu crónica mientras leía, es una mujer sabía, y de un corazón enorme, apenas supo que nos casariamos, me dijo, bueno hija, que sea en buena hora, ahora sos una hija más para mí y así es y así me siento, te agradezco nuevamente, saludos cordiales.

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