No existe “la verdad”, por eso estar viva es
una experiencia pasajera, en la que puedo manifestarme de muchas formas para
aprender.
Despertar en Mazunte |
¿Aprender qué?.
Aprender que el tiempo es un parámetro, que a
veces funciona como dos rueditas adicionales en la bicicleta, sostenerse en la
gravedad parece al principio un acto de brujería. Entonces las pequeñas rueditas
que nos sostienen a los lados, nos regalan la sensación de conducir algo más
que nuestros propios pies.
Ese tiempo-rueditas nos representa el orden
de las cosas, la seguridad en el desplazamiento al futuro, la certeza de “saber
cómo sigue” la secuencia de nuestros días. Sin embargo llega un tiempo de giro
en el relato, entonces la vereda de la infancia donde damos vueltas en círculos,
un día es un camino tan inmenso como el océano y la bicicleta hay que subirla a
la cuerda floja. Puedo detenerme, caer o seguir. Haga lo que haga, viva donde
viva, me conecte o me desconecte de las cosas, esa trilogía se carga en mis
pies sobre los pedales.
Cuando le quito las rueditas de contención, el
tiempo sin paracaídas me arroja al mundo en caída libre. Desde ese momento mis
rutas son las que me muestra la percepción. Lázaro Cárdenas, Pátzcuaro, Isla de
Janitzio, Tzintzuntzan, Erongarícuaro, Oaxaca, Hierve el Agua, Mazunte y mañana
San José del Pacífico, son los laberintos que se adhieren a mi piel.
El mar está vivo, conectado por todas sus
aguas siempre es el mismo mar, el tiempo está vivo, conectado por sus milésimas
de segundos es el mismo tiempo, yo estoy viva, conectada a todas las historias,
soy la misma vida.
Me abrazo a la experiencia rústica. Duermo en
una colchoneta sobre la tabla de la habitación que tiene sólo un par de paredes
de bambú y una vista al monte que rodea la playa de Mazunte. Cuando despierto
adentro del mosquitero veo las ardillas trepando las ramas y siento el crujir
de la naturaleza.
El baño a cielo abierto, el locker donde
guardo la mochila de 80 litros, el cepillo de dientes y la pasta en el bolsillo
de la mochila de mano, el espejo comunitario, la salida directa al mar con el
que juego todos los días. Las picaduras de mosquito, ¿también de araña?, nunca
se sabe, la herida de la rodilla que cicatriza a su tiempo desde el revolcón de
aquella ola, la piel curtida por un sol constante que no da espacio a la
lluvia. El cangrejo Mazunte que me espía a la noche y los días de vagar con la banda
de amigos improvisada que construimos, de tanto estar contemplando la vida desde
la orilla.
Una vez con la muchacha de rulos, reímos
pensando que nuestras referencias de los días son surrealistas. “Eso fue el día
del conejo. ¿No te conté?, la otra noche por fin vi al conejo blanco, corrí a
buscar la cámara y estaba tan oscuro que le disparé con flash y la foto es
malísima, pero bueno. ¿En qué estaba?, ah sí, bueno fue el día del conejo”, le
dije. “¿Te diste cuenta?, ya no sabemos ni qué día es hoy, sólo nos acordamos
por referencias como esa, el día que viste al conejo”, observó y nos reímos de
placer.
Naufragar un tiempo sin rueditas, concluido
por el momento el ciclo introspectivo, conociendo los idiomas que hablan las
corrientes del mar, recordando a diario que cuanto menos cargo más llena me
siento, entrenándome para la tarea que me toca, ofreciéndome inclusive el
espacio de juego, soy por fin una partícula más de arena. ´
Mi método ahora es destejer los ritmos que
traigo de la ciudad, respirando profundo la adrenalina que me da éste tiempo
sin rueditas de contención, confiándome como un obsequio que brindo a la humanidad,
para que hagan de mí un canal de comunicación, un puente invisible de
aproximación para todos éstos mundos que somos.
Me toca primero soportar la presión de una
ansiedad a la que no llega ninguna respuesta, y ceder después un cuerpo desnudo
al mar, que como no me traga por éstos miedo, me devuelve a la orilla por la
curiosidad que me enamora de un tiempo asimétrico.
12 de Octubre de 2016. Mazunte, Oaxaca,
México.
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