martes, 9 de agosto de 2016

Fotosíntesis de la Mariposa (cuento)

No me dijo su nombre, ni su edad, ni dónde ocurrió todo aquello, pero la mujer de alas verdes, ésta tarde me contó algunas cosas sobre su vida y su metamorfosis.  
Dice que no conoció a papa Noel y cada navidad en su aldea se hacía una fiesta enorme a la que no podía ir. Sus cuidadores eran de una extraña religión, estaban convencidos de que los festejos pertenecían al demonio. El pueblo estallaba en risas y ella espiaba por la ventana los fuegos artificiales que cubrían el cielo, como un espejo de la felicidad que experimentaban sus vecinos.
Ella se escapó justamente un día antes de navidad, de algún año. Armó su pequeña valija con casi nada, solamente guardó la palabra “poesía” y trepó la reja. Corrió tan fuerte como pudo hasta el río y cruzó la selva a remo. Convenció a un pájaro gordo de cruzarla al otro lado de su país y se cambió el nombre por primera vez.
Acuarela

Dice que llegó a una enorme ciudad plagada de serpientes, conejos, ranas, príncipes falsos, cortesanas pelirrojas y hoteles de mala muerte en cada cuadra. Era el lugar perfecto para confundirse con el paisaje. Nadie puede mirar a una niña como era ella, en un poblado tan vertiginoso.
Vivió un tiempo sintiendo que sus cuidadores podían estar vigilándola, hasta que un día conoció a la hechicera Aurea y en una conversación ceremonial, descubrió que por mucho que la buscaran no podrían encontrarla. Aurea le dijo algo así: “tranquila, el tiempo que ya llevas viviendo acá te transformó, no pueden encontrarte porque vos dejaste de ser aquella que escapó”. La mujer de alas verdes no pudo entender en aquel momento que esa enseñanza, era el primer peldaño de un enorme puente que comenzaba a cruzar.
Acuarela

Una noche se animó a ingresar a una fiesta. Era verano y entonces eligió el único vestido elegante que le consiguió Aurea. Se paró frente al espejo, se estiró con un peine el desprolijo cabello hasta los hombros y dobló la cintura como una muñeca para espiar su espalda. Ella no me lo dijo, pero yo me la imagino preciosa.
En la fiesta giró entre los cientos de seres que hablaban, comían, bailaban y se rosaban. Una pelirroja que todavía no era cortesana le ofreció vino, un conejo dijo conocer al mismísimo conejo de Alicia en el País de las Maravillas. “Ese miserable fue novio de mi prima”, dijo el conejo que fumaba más que el escuerzo, “la dejó con miles de crías y corrió sin parar atrás de Alicia, hicieron la obra en todos los pueblos del continente y se llenaron de plata los desgraciados”.
Cuando se libró del oscuro conejo rezongón y de la pelirroja que se transformaba en alcohólica, apareció un falso príncipe. “¡Encontré a la princesa!”, gritó el apuesto muchacho, “¿puedo pedirte que me dejes ser el dueño de tu corazón?”. Ella se vio rodeada de una neblina turquesa y la tentación de entregarse desde lo más profundo le corrió por las venas como un veneno. No se acuerda bien como le dijo que “sí”, pero dice que jamás se va a borrar de la mente el momento en que el muchacho, sacó de la boca una lengua bípeda que comenzó a rodearla como un enorme gusano.
¿Ella gritó horrorizada?, no. Dice que cuando se dio cuenta de que estaba a punto de ser tragada, inventó una estrategia de escape. Una vez escuchó la historia sobre el canto de las sirenas. Entonces la mujer de alas verdes habrá cantado de manera aguda hasta que la pesada lengua de ese ser, cayó al suelo como un enorme miembro asustado.
Acuarela
Una vez más necesitó escapar de aquella jaula. Por eso subió a la terraza y se robó el avioncito de papel. Voló durante toda la noche sobre el inmenso océano. Cerca del amanecer vio la pequeña isla de Acuarela. La punta del avión se clavó en la arena y ella entró desnuda en aquel recinto del mundo completamente anónimo.
Igual que un animal que sabe que va a morir, se deslizó por el tronco de un árbol y se cubrió con la crisálida violeta que brotó de su corazón.
Respiró.
Escuchando los cantos vegetales de la selva esperó allí dentro durante todo el invierno.
Despertó dentro del fuego del sol, su vieja piel quedó colgando de la rama como un viejo disfraz.
Como si siempre hubiera sabido su naturaleza, observó con amor las enormes alas verdes que le crecieron en la espalda.
Me dijo que cada vez que una tristeza del mundo la toma por asalto, ella junta fuerzas recordado aquel instante. Como una experta agitó sus extremidades voladoras y saltó al vacío. Cuando miró hacia todos lados en el aire estelar, lloró de emoción. Estaba empezando a recorrer el universo.

9 de agosto de 2016. 

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