martes, 2 de agosto de 2016

Hombre rata (borrador de un cuento)

Todas las noches lo mismo.
“No quiero, no puedo, no sé, no me sale”, me estoy repitiendo. Estoy cansada de repetirme así. ¿Sabes lo desesperante que resulta pensar que el único relato interesante fue aquel de la pornografía en Japón?. Solo esa vez cuando me imagine que ella soñaba ser una estrella porno en el mundo arroz, pero nada más.
Porque falta mucho para que la conozcas, pero podes saber desde ahora, que ella no quería ser el objeto de nadie, y aunque no se diera cuenta de la jaula en la que vivía, ella solamente se estimuló una vez pensando a millones de japoneses codiciosos de su escote púber en alguna gigantografía vulgar, perdida entre miles de carteles escritos con esos jeroglíficos que llaman idioma.  
Qué pobreza imaginativa. Ahora que me acuerdo bien de la cara que imaginé en las portadas de las revistas para hombres japoneses. ¿Con qué se excitan los japoneces?. Vaya uno a saber.
La cosa es que ella, salida de mis dedos en el teclado, prisionera de él. De él no vamos a hablar, no por el momento. Ella no era importante para nadie y ¿sabes que es completamente innecesario?, decir que estaba aburrida de todo.  
¿Qué pasa con las mujeres cuando nos aburrimos?. Pero no digo aburrirnos una tarde dando vueltas por la casa, o una noche cuando no hay pintura que arregle el par de ojos opacos. ¿Qué pasa cuando las mujeres realmente nos aburrimos profundamente de todo?.
¿Qué pasa cuando la lívido de los japoneses dejó de estar en el cuerpo casi de varón adolescente que todavía cargaba ella a esa edad?.
Las historias de este estilo tienen el problema de interrumpirse por los cuestionamientos estúpidos del cerebro, que como una sanguijuela se infiltran. “¿una joven con cuerpo de varón púber que se imagina como estrella porno de los japoneses?, qué linda, que ocurrente”, y se ríe con la soberbia del venenoso.
Por eso nunca llego a escribir el momento donde camina por la calle y encuentra una bolsa negra que se mueve como si contuviera a un animal vivo adentro. Por eso ese momento, que debería ser relatado una noche de luna enorme pierde fuerza o genera un cuestionamiento más. ¿Qué contiene la bolsa?.
Una rata. Que sale inyectada cuando ella le da aire al nudo de plástico. Que fiasco ésta historia sin movimiento. Porque ella camina de noche, encuentra una rata que escapa, se imagina ganando millones gracias a la pegajosa lívido japonesa y entra en el único bar que queda abierto a esa hora.
¿Conoce a alguien en el bar?. Sí, pero no es el amor de su vida ni pavada parecida, es un imbécil más de los que ve cada noche. Porque además hay que aclarar que no llega allí buscando un trago de bebida blanca, sino que al cruzar la puerta se dirige a la cocina y sale vestida de mesera, o mejor dicho, con un delantal negro viejo al que ya se le borró la inscripción barata del lugar.
¿Pero a quien conoce?. Conoce al hombre rata, ese ser abominable que la siguió de adentro de una bolsa negra tirada en la calle.
“Qué absurdo”, dice, “los hombres no salen de bolsas negras mostrando un cuerpo de rata”.
No importan esas opiniones improductivas. Sé perfectamente que el hombre rata se perdió en el aroma que llevaba la muchacha y se sentó con los dientitos separados y la nariz puntiaguda a pedirle un café con leche, que pretendía tomar en la barra para mirarla trabajar.
¿Sabes que es peor que estar aburrida?. Sí, estar aburrida y que un hombre rata se siente a pocos metros para tomar de a sorbos ruidosos el café con leche que le serviste especialmente con veneno para ratas.
“¿Lo mata?”.
No lo mata, pero se imagina matándolo de ese modo, lavando la taza inmediatamente con lavandina, escurriendo el cuerpo hasta la vereda y echándole alcohol encima.

Solo imaginación que da batalla a la absurda vida de un personaje, en el último de los momentos de la vida en la tierra.
“¿Tiene sentido contar esto?”.
No sé nada sobre el sentido de las historias, pero ésta es una espina que tengo clavada a un costado de la costilla. Necesito que algún día se desprenda por completo de mí.
“¿Escribir un relato absurdo te puede sacar la espina?”.
Eso espero.
“¿Y cómo sigue?”.
El hombre rata se termina el café con leche y en lugar de pagar la cuenta le ofrece un sobre gris. Se levanta de la silla, camina a la puerta apresurado y antes de que pueda escapar se desata una tormenta de verano.

Ella le grita que tiene que pagar su cuenta, pero ve al hombre rata desaparecer en medio de la tempestad. 

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