domingo, 14 de agosto de 2016

Las naves voladoras del primer amor (cuento)

"Verano. Encontré diez pesos en la vereda y esa misma tarde también tuve la suerte de enamorarme de un fabricante de barriletes en la Plaza Central. Así volé por primera vez, aferrada a la cintura de mi artesano aéreo, sobre una de sus creaciones.
La siesta era sagrada para todos excepto para nosotros, que saltábamos el muro y caminábamos por las callecitas laterales de su barrio, donde nos besábamos de manera exagerada sin que nadie pueda juzgarnos.
Acuarela

Las pelirrojas de la cuadras estaban perdidamente enamoradas de él. Eso no me sorprendía en absoluto, ya que cualquier ser vivo quedaba hipnotizado por los cristales canela que llevaba por ojos. A mí me daban unos celos terribles cuando lo rodeaban para pedirle tereré o consejos sobre lectura astrológica. Ponía una cara de pescado insoportable pero él me amaba tanto que se reía y me levantaba la pollera tableada para que se me pase el enojo.
Una vez nos escapamos a una ciudad cercana. Necesitábamos caminar de la mano lejos de las pelirrojas y de la directora agreta, que siempre nos terminaba interrogando cuando nos encontraba en el patio trasero de la escuela.
Esa vez llovió a cantaros y el único barrilete que llevamos para jugar se partió en dos. Tuve miedo de que eso nos represente un mal pronóstico, pero mi enamorado tenía poderes de otra galaxia y disfrutó de mi expresión de sorpresa, cuando unió las varillas como un mago.
Antes de que el cielo se tiña de violeta, él me propuso dormir en la costa del río Paraná. Teníamos 14 y 15 años así que el mundo era nuestro y dije que sí. Acostados en la arena, sentí todos los colores que le puso al dibujo que hizo con sus dedos sobre mi escote. En los albores de la vida conseguimos subir al puente que unía éste planeta con la luna y de manera brillante nos escribimos un buen pedazo de eternidad entre las piernas.
El inventor de naves voladoras me presentó a los más estremecedores escritores de la literatura universal, llenó su pequeña habitación con canciones de Silvio Rodríguez que yo entendí años después, me dejó jugar con sus rulos cuando se dormía mirando una película y nunca cuestionó mi insistencia de quedarnos hasta las cinco de la mañana para atrapar el amanecer.
Recorrimos el espacio en bicicleta y en un concierto de boleros nos apretamos los enredados dedos de las manos para pedirnos que esa historia nos dure para siempre. Pero en alguno de esos malditos momentos del final de las historias, nos perdimos en la multitud mundial.
Hace poco volví a ver un barrilete azul y me aferre a la cuerda de serpentina. Antes de que vuelva a comenzar el carnaval de aquel año, quizá pueda abrazarlo en un recuerdo más", rememoró la mujer de alas verdes. 

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